Congreso de los Diputados Otros

Congreso de los Diputados - Otros - 1 de diciembre de 2025

1 de diciembre de 2025
09:00

Contexto de la sesión

Obra, figura y pensamiento de Antonio Maura - Obra, figura y pensamiento de Antonio Maura - Sala: Cánovas

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Muy buenos días a todos. Vamos a dar inicio a las jornadas “Nación y Ciudadanía en Antonio Maura”, con motivo de la celebración del centenario de su fallecimiento. En primer lugar, quiero agradecer su asistencia en nombre de la Fundación Disenso y de su director, Jorge Martín Frías. También quiero agradecer al Grupo Parlamentario VOX su grata colaboración, gracias a la cual estas jornadas históricas sobre las ideas y el legado político de don Antonio Maura y Montaner, en el centenario de su fallecimiento, han podido ser acogidas en tan insigne lugar como el Congreso de los Diputados. Cuando hablamos de Antonio Maura y Montaner, lo hacemos de una figura de especial talento y sensibilidad política. Maura es hijo de un siglo XIX de continuas crisis e inestabilidad en España. Nacido en 1853, fue testigo de episodios como la Revolución de 1868, que acabó con el régimen de Isabel II; el advenimiento de la Primera República; el caos del cantonalismo; y la Tercera Guerra Carlista. Cuando llegó Maura a la política, de la mano de su cuñado Germán Gamazo, se encontró con la crisis general de los regímenes liberales en Europa y, en concreto, con la del propio sistema de la Restauración borbónica en España. De ahí que, durante sus cinco presidencias del Consejo de Ministros, en especial durante su “gobierno largo”, desplegara un proyecto político y económico marcado por la justicia social y por la protección de la industria española, en la conocida como “revolución desde arriba”. Otro de los aspectos por los que Maura es recordado es su convicción de iniciar de forma seria el descuaje del caciquismo en España e impulsar la democratización del régimen. Destacó por su confianza en los ciudadanos y en el pueblo como sujeto cívico capaz de asumir responsabilidades políticas. Es decir, Maura fue un conservador comprometido con los españoles y con la justicia social. Para analizar y profundizar en su figura, obra y legado, es un placer contar con la participación de un grupo de historiadores y académicos de gran relevancia y valía como el que se encuentra hoy presente, a quienes transmitimos nuestro más profundo agradecimiento. El primero en intervenir será Ignacio de Oces, aquí a mi derecha, licenciado en Historia, doctor en Derecho, doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Real Academia de la Jurisprudencia y Legislación Española. A continuación intervendrá Carlos Gregorio Hernández, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad CEU San Pablo, que está por llegar directamente de clase. Ambos harán una introducción a la figura y el pensamiento de Antonio Maura. Don Ignacio de Oces se encargará de hablar del contexto en el que Maura crece y se forma, y Carlos Gregorio Hernández se encargará de hacer una introducción a sus primeros cargos políticos como ministro y a sus primeras presidencias del Consejo de Ministros. Las ponencias serán sin intervenciones. Realizaremos un breve descanso tras las dos primeras. Sin más, les agradecemos de nuevo su asistencia y cedo la palabra al señor de Oces. Muchas gracias. Muy buenos días a todos. Muchísimas gracias por asistir a esta jornada, a este seminario sobre la figura de Antonio Maura, una figura trascendental en la historia contemporánea de España. Quiero agradecer muy especialmente a la Fundación Disenso el impulso de estas jornadas tan necesarias, y agradecer asimismo a los descendientes de don Antonio Maura que estén hoy aquí con nosotros, así como a quienes dirigen la Fundación Antonio Maura. ¿Quién fue Antonio Maura? Quisiera comenzar por ahí: ¿por qué estamos hoy todos aquí? Pues, evidentemente, porque fue líder del Partido Conservador entre 1903 y 1913; fue presidente del Consejo de Ministros en cinco ocasiones durante el siglo XX, en un total de aproximadamente cinco años y tres meses, en esas cinco diferentes presidencias del Consejo de Ministros.
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Fue también ministro en tres ocasiones: de Ultramar; de Gracia y Justicia bajo la presidencia de Sagasta; y de Gobernación con Francisco Silvela, en un gobierno liberal-conservador. Fue diputado en diecinueve ocasiones, desde 1881 hasta 1923, de forma ininterrumpida, siempre por la misma circunscripción: Palma. Resulta asimismo destacable su condición académica: fue miembro de la Real Academia Española; de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, de la cual sería presidente en dos ocasiones; de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas; y de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Fue un abogado de enorme prestigio en España. Tanto es así que el exministro Eugenio Montero Ríos, también presidente del Tribunal Supremo, afirmó con absoluta claridad que la persona a la que más temía tener enfrente en un pleito era don Antonio Maura. Por otro lado, fue un orador magnífico, espléndido, tanto en las Cortes como en los tribunales y en los mítines. Aún se recuerdan los aplausos de aquel mitin celebrado en la plaza de toros —no en Las Ventas, sino donde se ubica hoy la plaza de Felipe II—, con más de veinte mil asistentes, en el que acusó a los partidos políticos de ser una “gusanera caciquil”, calificó de escarnio la Constitución de 1876 y llegó a afirmar que las Cortes eran una verdadera parodia. Dicho lo cual, es una figura indiscutible del reinado de Alfonso XIII, que se extiende desde 1902, al alcanzar la mayoría de edad, hasta 1931, con la llegada de la Segunda República. Deseo subrayar un asunto siempre vigente en la vida pública: fue un hombre incorruptible. Así lo definió Ángel Ossorio y Gallardo, discípulo maurista y gobernador civil de Barcelona durante aquellos años. Maura no ganó dinero con la política —lo ganó con la abogacía— y nunca se corrompió, pese a que la corrupción era entonces un vicio del sistema. Fue, además, un optimista antropológico, a diferencia de no pocos de sus correligionarios; un gran estadista y el hombre que intentó fundar una derecha moderna y reformista. Antonio Maura aglutinó odios profundos —de liberales, republicanos, socialistas y anarquistas—, sintetizados en el famoso “¡Maura, no!”, al que sus partidarios replicaron con el “¡Maura, sí!”. Tanto llegó a ser detestado por una parte de la sociedad, precisamente por las reformas que pretendía emprender, que sufrió dos intentos de asesinato, ambos en Barcelona: uno en 1904, a la salida de misa en la iglesia de la Merced, cuando acompañaba a Su Majestad Alfonso XIII, en el que un individuo se le acercó para asestarle una puñalada; y otro en 1910, pocas semanas después de que, el 7 de julio de ese año, en las Cortes, Pablo Iglesias —fundador y líder del Partido Socialista— advirtiera: “Antes de que vuelva usted al poder, habrá que llegar al atentado personal”. Efectivamente, se produjo el atentado, con un disparo en el brazo derecho y otro en el muslo izquierdo. En cuanto a las grandes obras que podemos atribuir a don Antonio Maura, necesitaríamos toda la mañana para detallar las numerosas leyes que se aprobaron bajo su impulso.
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Pero yo quiero destacar algunas de ellas para comenzar y poner el contexto a estas jornadas. Él reactivó el Instituto de Reformas Sociales. ¿Qué era el Instituto de Reformas Sociales? Un organismo aprobado para elaborar y estudiar normas destinadas a favorecer a la clase trabajadora. La Ley del Descanso Dominical de 1904 se la debemos también a don Antonio Maura, basada en fundamentos religiosos, familiares —de conciliación— y sanitarios. La Ley de Protección a la Infancia, con medidas específicas para los menores, por ejemplo para los niños menores de diez años, se la debemos igualmente a Maura. El Instituto Nacional de Previsión —antecedente directo de la Seguridad Social española— fue impulsado por don Antonio Maura. La legislación sobre la huelga de 1909: no se nos puede olvidar que por entonces la huelga estaba tipificada como delito de sedición, si bien el tipo había sido atenuado por el propio Tribunal Supremo. La Ley de Consejos de Conciliación y Arbitraje Industrial se aprobó precisamente para dirimir los problemas entre el capital, el empresario y el trabajo —es decir, los trabajadores—, evitando acudir directamente a los tribunales, porque Antonio Maura era corporativista, favorable a los cuerpos intermedios, y pretendía que los conflictos surgidos en el seno del trabajo fueran, en la medida de lo posible, resueltos por la vía de la conciliación. La Ley de Protección de la Industria Nacional, una norma fundamental del momento, dispuso que todos los contratos públicos celebrados por la Administración del Estado debían hacerse con empresas y productores españoles, y, por tanto, con productos nacionales. Asimismo, la Ley de Colonización y Repoblación Interior buscó llevar población e infraestructuras a lo que hoy denominamos la España vaciada, y constituyó una de sus grandes hazañas. Y también cuestiones de tanta relevancia que todos ustedes conocen, pero que deseo traer aquí por su importancia moral: la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús, el 30 de mayo de 1919, con Alfonso XIII, realizada durante un gobierno de Antonio Maura, y el levantamiento del monumento del Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles, en Getafe, en el centro neurálgico de la península ibérica, monumento que, como saben, fue destrozado por milicianos durante la última contienda civil. La festividad nacional del 12 de octubre, la Fiesta de la Raza, fue igualmente establecida mediante real decreto por don Antonio Maura. Muchas de las expresiones que hoy utilizamos en la vida política fueron acuñadas por él; baste recordar aquella de: “Para gobernar solo necesito luz y taquígrafos”. Luz y taquígrafos se lo debemos a él. En cuanto a su pensamiento, creo que hoy hablaremos mucho de Antonio Maura. Permítanme, no obstante, esbozar brevemente su ideario socioeconómico. Maura fue un liberal convencido, en el sentido del respeto a las libertades comprendidas en el texto constitucional de 1876 —el marco en el que vivió y desarrolló su vida política—: libertades de asociación, de expresión, de imprenta, etcétera. Pero, desde el punto de vista económico, nunca fue un dogmático; antes bien, sostuvo una posición proteccionista de signo nacional. No tenía reparo en establecer aranceles a otros Estados para las importaciones si con ello protegía la industria nacional. Tanto es así que Juan Velarde Fuertes y Ricardo de la Cierva lo han calificado como el primer “populista” de la historia contemporánea de España, entendiendo el término en el sentido de querer proteger al pueblo español. Una de sus grandes obsesiones fue incorporar al sistema político a las llamadas masas neutras —entre ellas, desde luego, los trabajadores—, a las cuales orientó buena parte de su acción reformista.
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Siempre defendió, a través de la legislación, la intervención del Estado en la economía y en los asuntos sociales. Su gran obsesión, más allá de incorporar las masas neutras al sistema político para evitar una revolución en sentido peyorativo, fue la revolución desde arriba: esto es, desde el Gobierno, mediante leyes aprobadas en las Cortes que favorecieran a las distintas capas de la sociedad española, de modo que no prendiera el revolucionarismo, una de sus grandes preocupaciones. Dicho lo cual, Antonio Maura nació el 2 de mayo de 1853, en la crisis final del moderantismo, un año antes de la Vicalvarada, es decir, el Bienio Progresista de 1854-1856, con los gobiernos de Espartero y O’Donnell. En 1857 se aprobó la Ley Moyano, que le facilitó estudiar en Palma de Mallorca, en el Instituto, pues la ley estableció que todas las provincias debían contar con uno. Su padre falleció cuando él tenía trece años, en 1866, y con quince asistió a la Revolución de septiembre de 1868 —el golpe de Prim, Topete y Serrano— que expulsó a Isabel II. En esa coyuntura inició sus estudios en Madrid. Deseaba cursar Ciencias, pero un real decreto de Ruiz Zorrilla permitió obtener la licenciatura en Derecho en tres años; se acogió a esa posibilidad y, en 1871, ya era licenciado. Su estancia inicial en Madrid no fue fácil. Él mismo lo reconoce en diversas cartas y conversaciones con sus hijos: su acento mallorquín no era bien recibido por parte de algunos estudiantes de Derecho. Cita una anécdota de su clase de Derecho romano: al responder mal a una pregunta, y hacerlo con su acento, provocó las risas de varios compañeros; se irritó y, al salir, quiso batirse con quienes se habían burlado. En ese momento intervinieron los hermanos Gamazo, que le protegieron. A partir de entonces —relata el propio Maura— su suerte empezó a cambiar en Madrid. La familia Gamazo quedó íntimamente ligada a toda su trayectoria. En 1871 comenzó a trabajar en el despacho de Germán Gamazo, vallisoletano y diputado. Allí conoció a Manuel Alonso Martínez, así como a Manuel y Francisco Silvela. Maura ejerció como abogado de grandes familias españolas, una parte destacada de la nobleza, como los duques de Medinaceli o la marquesa de Larios. Pero también trabajó en el denominado entonces turno de pobres —lo que hoy llamaríamos turno de oficio—. Se recuerda, a este respecto, la defensa de un albañil que había golpeado con un brasero a su suegra; Maura alegó en juicio que se trataba de una reacción, por desgracia, común en la época, y el acusado fue absuelto. Finalmente, conviene subrayar su moralidad pública, absolutamente exquisita. Rehusó ejercer la abogacía mientras fue presidente del Consejo de Ministros o líder del Partido Conservador, por entender que la presencia del jefe del Gobierno en un pleito inclinaría la balanza a su favor.
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Iba a perjudicar, así decía, a la parte contraria; a este extremo llegaba la minuciosidad de don Antonio Maura. Se casa también con una hermana de Germán Gamazo, de los hermanos Gamazo: con Constanza Gamazo, en 1878. Y es, como he dicho antes, quien le introduce en la vida política, porque Antonio Maura es diputado por Palma en 1880-1881, cuando entra por el Partido Liberal Fusionista, el de Sagasta. Quiero esbozar, si les parece oportuno, el régimen político de 1876, muy distinto al de 1978. Una de sus principales características es que la soberanía no era nacional: era compartida entre el Rey y las Cortes. ¿Qué quiere decir esto? Que la potestad legislativa correspondía a los cuerpos colegisladores —Congreso y Senado, pues también había Senado en el régimen de 1876— y al propio Rey; y que al presidente del Consejo de Ministros lo elegía el propio Rey, no las Cámaras. No era, por tanto, una democracia parlamentaria. El Rey, además, podía disolver las Cámaras. Por eso, en los 47 años de vigencia del texto constitucional de 1876 —aprobado el 30 de junio de 1876 y que finaliza, aunque luego hay un periodo con el Gobierno Berenguer, el 13 de septiembre de 1923 con el golpe de Miguel Primo de Rivera— hay 47 gobiernos en el régimen de la Restauración y, en concreto, 19 presidentes de Gobierno. El próximo 6 de diciembre será también el 47 aniversario de la Constitución de 1978. ¿Cuántos presidentes de Gobierno hemos tenido? Creo que siete. Para que vean la diferencia abismal entre un régimen político y el otro. ¿Cómo se designaban a los diputados? La Constitución de 1876 marcaba que habría un diputado por, al menos, cincuenta mil almas. Hubo diferentes leyes electorales. De hecho, el propio Antonio Maura, en 1907, aprueba también una ley electoral en esa obsesión suya por erradicar el caciquismo y por lograr en España limpieza electoral, que él reprochaba al sistema y que daba lugar al turnismo. Básicamente, podían votar en España los varones mayores de 25 años; en un momento dado, los que contribuyeran con más de 25 pesetas, y, posteriormente, sufragio universal masculino para los mayores de 25 años a partir de 1890. Los pilares del régimen de 1876 serían la Corona —Alfonso XII y, a partir de 1902, Alfonso XIII—, las Cortes y el turnismo: el Partido Liberal Fusionista de Sagasta y el Partido Liberal Conservador de Cánovas del Castillo. Ahora bien, Cánovas del Castillo es asesinado en 1897, si no recuerdo mal. Por eso, una de las grandes obsesiones de Antonio Maura fue la ley antiterrorista, el conseguir erradicar el terrorismo en España, tanto más cuanto que él mismo sufre dos atentados; y en 1906 —antes de llegar a su segunda presidencia del Consejo de Ministros— hay un intento de asesinato de Alfonso XIII el día de su boda con Victoria Eugenia de Battenberg, en el cual mueren veintitrés personas. Por no decir que, si no recuerdo mal, en 1908 también se asesina a Carlos I de Portugal y a su hijo. Antes de entrar a ser diputado, Antonio Maura reflexionó; era un hombre muy reflexivo. Tanto, que escribió a su hermano sacerdote, Miguel —que está en proceso de canonización—, preguntándose: ¿por qué te vas a meter en política? Y él contestó con suma claridad lo siguiente, que quiero leer: “No entro en política para darme lustre —es decir, por ego— ni para humillar a don Fulano o vengar a don Zutano. ¿Se puede intervenir en política sin degradarse y emplear el esfuerzo que otros malgastan en eso?”. Es decir, se metió en política para cambiar la sociedad y ayudar al bien común.
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Hablando del bien común, él era católico, católico practicante. La filosofía krausista en la que estudió en la universidad durante esos años no influyó prácticamente en su vida, precisamente por las convicciones religiosas que le había transmitido su madre. Ahora bien, Antonio Maura no toleró nunca la intromisión de la Iglesia en el poder político, cuestión que se explica por sus firmes convicciones liberales. Y Antonio Maura, a diferencia de su mentor, Germán Gamazo, no tuvo un contacto directo con los electores. Él mismo reconoció que en eso falló: no fue a Palma a estar con sus electores, básicamente porque su residencia estuvo en Madrid; vivió en la calle del Barquillo, también en la calle de Génova y, finalmente, en la calle de la Lealtad, hoy la calle Antonio Maura. Posteriormente fue nombrado ministro de Ultramar con treinta y nueve años, en un gobierno liberal fusionista, el de Sagasta. ¿Qué es lo principal que hizo durante ese ministerio? Buscó dotar de mayor autonomía a la isla de Cuba, pues tenía ya la sensación, habida cuenta de la guerra previa de diez años, de que Cuba se iba a perder para España. Si bien, dicho proyecto de ley no cuajó, porque se opusieron tanto los conservadores como, también, sectores de su propio partido. Después sería ministro de Gracia y Justicia y, en ese momento, le debemos el cambio del reglamento de la pena de muerte en garrote vil para que no se ejecutara en la vía pública, sino en el interior de los establecimientos penitenciarios. Posteriormente sería ya ministro de Gobernación, antes de ser presidente del Consejo de Ministros, ministro de Gobernación con Silvela en 1903, y ahí preparó las elecciones que se consideran las más limpias de todo el régimen de la Restauración, en tanto que el ministro de Gobernación era quien debía organizarlas. En dichas elecciones aparecieron listas antimonárquicas, es decir, republicanas, y ganaron, de hecho, en Madrid, Barcelona y, si no recuerdo mal, también en Valencia con Blasco Ibáñez. Quedan multitud de asuntos de los que hablar hoy y que, sin duda, abordaremos luego en el coloquio: los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona; la llamada ley del “descuaje del caciquismo”, esto es, la Ley de Administración Local; la ley antiterrorista con todos sus extremos; y la Ley de Escuadras, una norma importantísima elaborada por Antonio Maura durante el llamado gobierno largo. Para terminar, me gustaría abordar muy brevemente qué opinó Antonio Maura del régimen político de Miguel Primo de Rivera, instaurado el 13 de septiembre de 1923. No estaba nada tranquilo con dicho régimen. Dijo que no iba a colaborar, pero tampoco lo iba a torpedear; con la expresión: “cooperar, jamás; estorbar, nunca”. De hecho, se celebró una reunión en diciembre de 1923 entre Maura y Miguel Primo de Rivera, y don Antonio le expuso su pensamiento: que ese régimen iba a fracasar y que posteriormente llegaría la República, quizá seguida de un nuevo protagonismo militar. Ahora bien, eso no impidió que muchos de sus afines, los mauristas —aquellos jóvenes conservadores y ya no tan jóvenes en 1923—, quisieran colaborar con el régimen; de hecho, José Calvo Sotelo fue ministro de Hacienda en el Directorio civil con el general Primo de Rivera. El maurismo, asunto a mi juicio crucial, lo abordaremos también: como reacción al “¡Maura, no!”, surgió el “¡Maura, sí!”, y las juventudes conservadoras se aglutinaron en torno a la figura de Antonio Maura. Ya había dicho Maura, en su enfado con el rey Alfonso XIII: “Usted lo que quiere es traer a los idóneos”, y para él los “idóneos” eran quienes el monarca consideraba adecuados al margen de los partidos.
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