Señorías, por favor, ocupen sus escaños.
Señorías, por favor, guarden silencio.
Señorías, por favor, guarden silencio.
Buenas tardes, señoras y señores. Bienvenidos a la representación de la obra documental Memoria en Escena, que se representa con ocasión de la conmemoración del inicio de la democracia y que cuenta con la colaboración del Comisionado España en Libertad 50 años. Para la libertad, sangro, lucho, pervivo. Para la libertad, mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más corazones que arenas en mi pecho; dan espumas mis venas y entro en los hospitales y entro en los algodones como en las azucenas. Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, ella pondrá dos piedras de futura mirada y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan en la carne talada. Retoñarán, aladas de savia sin otoño, reliquias de mi cuerpo que guardo en cada herida, porque soy como el árbol talado, que retoño: aún tengo la vida, aún tengo la vida.
Intervención de Enrique Tierno Galván en el Pleno del Congreso que aprobó el proyecto de Constitución. 21 de julio de 1978.
Señor Presidente, señoras y señores diputados, con brevedad y como otras veces abro el camino no al debate, sino a la explicación concorde de la opinión común y generalizada sobre la Constitución que acabamos de aprobar.
La Constitución responde a un deseo que está en el fondo de cuantos querían consolidar la democracia en España. Se hablaba de alternativa. Pues bien, tenemos ya la alternativa. ¿Cómo se ha logrado esta alternativa? Con un gran esfuerzo. Un esfuerzo que ha consistido fundamentalmente en actos de sacrificio y, en ocasiones, de dolores y, tal vez, en algunos casos, de querellas o de tensiones.
En primer lugar, hemos tenido que soportar el peso de los mitos sobre la cultura. Lo cierto es que cuando el mito pesa sobre la cultura, la cultura se detiene. Pero hemos sabido superar el peso de los mitos, hemos vencido, y el mito ha quedado ya suelto como tal mito y no como un peso negativo.
En segundo lugar, hemos superado también los modelos rígidos que estaban en el pasado, en Europa y en nuestro país. Se han convertido en modelos flexibles: los hemos flexibilizado o los hemos rechazado.
Y, en tercer lugar, lo que se ha hecho y ha exigido un enorme sacrificio ha sido evitar imponer las ideologías propias. Quizás sea este el mayor sacrificio, y esto se ha conseguido, a veces paradójicamente, porque nos acusábamos unos a otros de haber abandonado ideologías y, al mismo tiempo que nos acusábamos de ello, estábamos haciendo un propio esfuerzo para que nuestra ideología no se sobrepusiera ni impidiese que la Constitución siguiera adelante.
Hemos producido un texto que, cualesquiera que sean las variantes que tenga, será siempre un texto que signifique un conjunto articulado y coherente de concesiones. Es quizá la primera Constitución europea que se manifiesta con nitidez en este sentido. Estas concesiones que unos nos hemos hecho a los otros no son debilidades, son generosidades; generosidades que sólo pueden tener un motivo para todos: el deseo de que la democracia siga adelante.
Que recobre la estabilidad, que se coloque en una situación fructífera, generalizada para todos sus miembros y que no volvamos de ninguna manera a los males del pasado. Y si miramos por grupos, ha sido una lección de generosidad regional. Por primera vez, los españoles, en mucho tiempo, nos hemos encontrado reunidos y hablando, desde nuestras respectivas regiones, unos con otros, y aprendiendo las virtudes regionales. Hemos comprendido, además, en el transcurso del proceso, que muchos grupos políticos que podrían haber hostilizado a la Constitución de tal manera que fuese difícil salir adelante en su tramitación han contribuido poderosamente a que la Constitución haya sido más perfecta. Hemos entendido a estos grupos, con sus querellas, a veces con estridencias, y se ha conseguido también, a través de ellos, de su obstinación, de su tenacidad, que el texto tuviese en ocasiones un rigor que no hubiera tenido.
Admitamos, pues, entre todos, que los defectos de la Constitución son defectos propios de una Constitución hecha en momentos en que era muy difícil hacer nada mejor, momentos en que estábamos condicionados por el temor, aunque no por el miedo. El miedo realmente no nos ha condicionado nunca ni nos va a condicionar. Pero es lícito admitir que pudiéramos tener en alguna ocasión el racional temor de que los obstáculos pudieran ser invencibles.
Yo creo que, ahora que todo ha acabado por este periodo, cuando el proyecto está hecho, cuando comenzamos un periplo que nos va a llevar definitivamente a la organización de la democracia, tenemos derecho a decir en voz alta que estamos contentos del esfuerzo que se ha hecho, que ni colectiva ni individualmente tenemos queja de nosotros mismos y que podemos volver al pueblo que nos ha elegido y decirle: hemos cumplido con nuestra obligación, y lo hemos hecho en condiciones que hacían del cumplimiento del deber una tarea muy penosa. Sin alaracas, sin ostentaciones, creo que podemos afirmar esto y estar contentos de nosotros mismos, ya que no sería lícito estar orgullosos. Muchas gracias.
Buenas tardes. Soy Fernando Guillén Cuervo. Soy actor, tengo 62 años, con lo cual, si no me fallan las cuentas, hace 50 años yo tenía 12. Era un niño, un niño que se dedicaba a cosas de niño y que tenía quizá poca perspectiva de lo que estaba sucediendo en el país. Recuerdo, sí, que hace 50 años nos dieron tres días libres de clase. Recuerdo a Arias Navarro llorando en televisión y recuerdo, la verdad, poco más.
Pero 1975 fue un año muy luminoso e importante para mí porque fue la primera vez que me puse delante de las cámaras. Lo hice de la mano, acompañando a mi difunto padre, en La saga de los Rius. Fue la primera gran producción, la primera serie de gran formato que hizo Televisión Española, rodada en 35 milímetros y, muy importante, en color. Esto ahora se me antoja muy simbólico, porque estábamos saliendo de una España en blanco y negro y estábamos entrando en una España, poética y, literalmente, en color. Un color que imprimía en las calles una palabra: libertad, que empezó a colorear de diversidad nuestras calles. Yo tengo la sensación de que esta temprana democracia, que a mí me pilló con 12 años—esta transición—y yo experimentamos un crecimiento juntos.
Crecimos juntos: compartimos la adolescencia, la juventud y la mayoría de edad. Fueron años llenos de vida, de alegría por las calles, llenos de papeletas electorales y pósteres; cosas nuevas que nos permitían mirar hacia atrás y cobrar perspectiva de la oscuridad de la que salíamos y de la luz hacia la que nos dirigíamos. Juntos fuimos creciendo, de la adolescencia a la juventud y hasta esa mayoría de edad, en tiempos en los que términos como censura, opresión o prohibición se fueron sustituyendo por libertad, protección, garantías y diversidad, y así alcanzamos esa mayoría de edad.
En 1981 cumplí 18 años y el servicio militar era todavía obligatorio; tuve que alistarme en enero de ese año. Lamentablemente, dos meses después asistimos a uno de los capítulos más oscuros de aquellos años de democracia, quizá de todos los años de democracia que hemos vivido: el intento de golpe de Estado del 23F, del que fueron testigo esta sala y estas paredes. ¿Cómo explicarlo? Yo no había sentido miedo nunca; había pasado de niño a adolescente y ya había vivido una España sin miedo. Aquel día volvió el miedo, volvió el miedo a la calle, y yo, que ya era soldado, sentí un temor terrible ante lo que podía acontecer: la vuelta a la oscuridad, la vuelta a la dictadura. Afortunadamente, solo fue un intento y hoy podemos estar aquí para contarlo. Muchas gracias.
Turno de palabra de Miquel Roca, en respuesta a la solicitud de votación nominal sobre el artículo 2 y el término “nacionalidades”. 12 de mayo de 1978.
Se ha dicho que el término “nacionalidades” introduce una gran confusión, y esto me parece que se apoya en dos puntos que quisiera examinar. En la Constitución, al hablar de las nacionalidades y regiones que integran España, no se alude en absoluto a cuáles van a ser aquellas nacionalidades que se sientan con conciencia de tal y vayan a identificarse con esa expresión, ni a aquellas otras que quedarán satisfechas con la expresión “región”, sino que se establece para unas y otras un mismo tratamiento. Queda a la libre decisión de los habitantes de cada una de estas comunidades autónomas decidir el nivel que quieren dar a sus propias competencias dentro del respeto constitucional. Y unas serán nacionalidades, porque así se sienten, y otras serán regiones, porque así querrán serlo.
Aquí se ha dicho también que “nacionalidad” y “nación” quieren decir exactamente lo mismo. Es verdad: quieren decir absolutamente lo mismo. Lo que ocurre es que, en el concepto político, en la vida política, los términos se acuñan, se amoldan; y estos términos que se acuñan y se amoldan a las nuevas realidades van generando nuevas concepciones. Y entonces, si originariamente las naciones fueron lo que, en definitiva, vino a formar la conciencia colectiva de un pueblo en función de una identidad histórica, de una identidad cultural, de una identidad que había...
...plasmado una vida colectiva común y un sentimiento común de la propia personalidad. También es evidente que, en el derecho moderno, las naciones han tendido a confundirse con la realidad del Estado. Esto ha creado dos conceptos: por un lado, el de la nación-Estado; por otro, el de aquellas naciones sin Estado. Estas últimas siguen siendo fundamentalmente una identidad colectiva, histórica y cultural, una personalidad propia. A estas naciones sin Estado es a lo que modernamente se ha venido a llamar nacionalidades.
Es evidente que España es una realidad plurinacional, y esta realidad puede ser perfectamente asumida en una Constitución que, junto a definir a la nación española como nación-Estado, reconozca aquellas otras nacionalidades que son identidades históricas y culturales y que vienen a configurar la realidad resultante de una España nación; una nación española que, en este sentido, cobra su dignidad. Nación de naciones es un concepto nuevo; se dice que no figura en otros Estados o en otras realidades. Quizás así sea, pero, señores, ya ayer se decía que nosotros tendremos que innovar. No se trata de saber si otros han resuelto de una u otra manera sus propios problemas; lo que estamos intentando es encontrar soluciones propias a nuestros propios problemas.
Lo que está en cuestión son dos cosas distintas: un problema de estructuración del poder político del Estado —no de mera descentralización— y un problema de distribución de ese poder político. Las autonomías son formas de participación en el poder político y no suponen en absoluto nada que degrade ni que disgregue el poder del Estado, porque son también parte del poder del Estado y, por tanto, de lo que se trata es de distribuir este poder público. Y, si no se hizo antes, que se haga ahora, y que se añada a ello el reconocimiento de unas personalidades históricas y culturales, con una línea de tradición y una presencia viva; y se ha demostrado que la ignorancia o la lucha contra esas realidades nada podía hacer por su mantenimiento.
En todo caso, lo cierto es que hoy Cataluña espera. El País Vasco —y no hablo en su nombre— espera. Espera Galicia. Espera España entera. Porque, a través de la solución que demos a este problema, no se dará una solución disgregadora, sino una solución potenciadora; una solución que, asumiendo todo lo que la historia no pudo asumir hasta la fecha, sea capaz de proyectar un futuro mucho más estable, un futuro mucho más permanente, en el que esta realidad, insisto, de la nación española como nación de naciones, esta realidad de España, sea el fruto de la expresión libre de todos los ciudadanos españoles que quieran, a través de esta nueva estructura, definir un Estado que pueda durar por muchos siglos y contribuir a una tarea común, a una tarea colectiva española, y forjar una meta común para esta España; una España realmente respetuosa, que encuentre en estas nacionalidades y regiones autogobernadas —sí, autogobernadas— la expresión de una unidad en la libertad.
Muchas gracias.
La historia reciente. Me di cuenta muy pronto de que era bastante difícil tener imágenes concretas. Por dos razones: una, porque yo era un niño, como muchos de los que estamos aquí lo éramos en aquella época; y otra, porque vivía en el campo junto a mi familia —hoy está aquí mi madre— y habitábamos nuestro propio mundo, nuestro propio universo. Lo que nos llegaba del exterior lo hacía a través de la televisión, en blanco y negro, por supuesto.
Así que, indagando en mi memoria, intenté reconstruir esas imágenes del mundo exterior, a ver si me acordaba, y enseguida me vinieron imágenes de algo nuevo para mí: multitudes, tumultos, disturbios, y una gran pancarta con una palabra desconocida, un tanto peligrosa, misteriosa: libertad, muy grande.
Yo no tenía mucha conciencia política, o ninguna; y mucho menos de lo que significaba realmente aquella palabra, aunque, paradójicamente, vivía en plena libertad. Éramos niños libres; jugábamos, y cada día era una aventura después de volver del colegio.
Todos los días nos llevaban al colegio y, allí, los niños que no podían comer en sus casas por razones diversas —porque vivían en el campo o por su situación familiar— comíamos en un comedor escolar. Después de la comida había un momento curioso, un tiempo muerto, en el que correteábamos libres dentro de la escuela, muy nueva, por cierto.
Un día, mientras jugábamos al escondite, oímos música y nos dimos cuenta de que algunos chicos y chicas, un poco mayores que nosotros, los más pequeños, habían traído un radiocasete y sonaba la canción de Jarcha, “Libertad sin ira”. Nos asomamos con un poco de miedo y vimos que esos chicos y esas chicas bailaban libremente, con una alegría que para nosotros resultaba un tanto incomprensible.
Para mí, ese momento de nuestra historia estará siempre ligado a esa canción, “Libertad sin ira”; también a una transición personal, de la infancia a la adolescencia y, por supuesto, a esa gran palabra que hoy quizá esté un poco denostada, un poco maltratada: libertad.
Aplausos.
Equilibrio. Situación de un cuerpo que, a pesar de tener poca base de sustentación, se mantiene sin caerse. Contrapeso, contrarresto o armonía entre cosas diversas. Ecuanimidad, mesura y sensatez en los actos y juicios.
Equilibrios. Actos de contemporización, prudencia o astucia encaminados a sostener una situación, actitud u opinión insegura o dificultosa.
Tensión. Estado de un cuerpo sometido a la acción de fuerzas opuestas que lo atraen. Estado de oposición u hostilidad latente entre personas o grupos humanos, como naciones, clases o razas. Estado anímico de excitación, exaltación, impaciencia o esfuerzo.
Conceder. Convenir en algún extremo con los argumentos que se oponen a la tesis sustentada. Asentir a ello.
Concesión. Acción y efecto de ceder en una posición ideológica o en una actitud adoptada.
Diálogo. Plática entre dos o más personas que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos. Discusión o trato en busca de avenencia.
Transición. Paso más o menos rápido de una idea a otra.
Pacto. Tratado entre dos o más partes que se comprometen a cumplir lo estipulado.