Congreso de los Diputados Otros

Congreso de los Diputados - Otros - 17 de noviembre de 2025

17 de noviembre de 2025
15:00
Duración: 2h 0m

Contexto de la sesión

Mesa redonda: Desarrollo territorial, oportunidades y desafíos en los ámbitos rurales - Mesa redonda: Desarrollo territorial, oportunidades y desafíos en los ámbitos rurales - Sala: Pérez-Llorca

Vista pública limitada

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Buenas tardes. Les doy la bienvenida a esta mesa redonda sobre el informe “Desarrollo Territorial: Oportunidades y Desafíos en los Ámbitos Rurales”. En la elaboración de este informe han colaborado 22 personas expertas y tengo la satisfacción de que me acompañen tres de ellas, a quienes rogaría que se presenten. Si le parece, puede comenzar, Luis Antonio. Esta mañana, los compañeros han dado una lección de brevedad y síntesis.
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Y a la hora de presentarse, podríamos alargarnos y quizá resultaría todo insignificante. Académicamente, soy profesor de la Universidad de Zaragoza en Economía Aplicada. Junto con otros compañeros, hace ya 25 años fundamos el Centro de Estudios sobre Despoblación y Desarrollo de Áreas Rurales, y de alguna manera ello reflejaba algo que para nosotros es relevante en este tipo de cuestiones. Creo que en todas las ciencias sociales la mayoría de los temas son interdisciplinares. Por otro lado, quedarse en el diagnóstico —antes hablaba con alguien muy amable del mundo médico— resulta bastante incompleto; con todas las probabilidades de error, hay que arriesgarse también con una terapia, con una propuesta, con algo, ¿no? Nuestra investigación, desde el principio, intentó ser deliberadamente práctica. Y, como se ha dicho esta mañana, que los puentes de investigación fueran en doble sentido. Creo que hay un paternalismo académico: a veces miramos con displicencia a la gente que está en el día a día, y aunque lo participativo no significa dar la razón, sí tiene importancia en qué medida tienes también una experiencia de convivencia, una biografía en eso. En lo personal, a veces en clase uso la película Surcos, tan bonita como tan dura; es del mismo año en que mis padres se fueron desde un pueblecito de Teruel a Zaragoza. Y veo que hay una parte de esas vivencias, de esas contradicciones, de esa idealización de lo rural, en la motivación que me atrae hacia estos temas. A todas y a todos, primero quiero dar las gracias a la Oficina, sobre todo por contar con nosotros, conmigo, y por la oportunidad de dirigirme a todos ustedes hoy. Diría que es una gran satisfacción que exista una relación entre el conocimiento y quienes tienen que tomar decisiones para construir un territorio mejor, una sociedad mejor, en igualdad de derechos y de oportunidades. Soy Mercedes Molina, catedrática de Geografía Humana de la Universidad Complutense de Madrid, ahora catedrática emérita, y he desarrollado mi investigación en una estrecha relación entre procesos económicos y modelo territorial, analizando cómo funcionaban los desequilibrios territoriales y las inequidades sociales en paralelo a la prosperidad económica que alcanzaban muchos territorios. Desde esa óptica, también —como mi compañero y amigo Luis—, desde hace más de 25 años me he dedicado al tema de la despoblación, a tratar de explicar este complejo proceso; además, soy de un territorio que es paradigma: soy soriana, y Soria ha sido mi laboratorio a todos los efectos. Mi investigación ha tenido la proyección académica que ustedes conocen —estamos en el mundo científico, de proyectos, etcétera—, pero quizá lo más importante es que haya tenido transferencia, y sobre todo transferencia para quienes tienen que tomar decisiones. Y, desde luego, como vinculada desde los años setenta a la universidad pública —primero de Zaragoza, después de Alcalá de Henares y ahora de la Complutense de Madrid—, entiendo que esa puede ser mi mejor contribución. Buenas... Ya no son las tres y media; vamos un poco más allá, es casi una hora taurina, con lo cual les agradezco mucho que estén aquí, y sobre todo que haya existido esta iniciativa: que el Parlamento se preocupe de la población que vive en las áreas rurales, de lo que allí sucede; que haya tenido la iniciativa de encargar a la Oficina C un estudio en ciencias sociales; y que, además, nos haya convencido para participar en este informe, lo cual nos alegra mucho. Mercedes, Luis y yo...
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Si formamos un trío de reflexión y debate, y vamos casi pueblo a pueblo exponiendo nuestros trabajos —en su caso, muy intensos; yo, por ser un poco más joven, quizá menos—, disfrutamos y compartimos sobre todo el placer de ser académicos, de estar trabajando e investigando; y, no solo eso, sino también, como bien decía Mercedes, la idea de contribuir a dar servicio a la población. Al fin y al cabo, como investigadores recibimos dinero público para hacer nuestros trabajos y devolverlos a la sociedad, y además poder hacerlo dentro de este empeño que hoy nos caracteriza como sociedad: querer ser cada día más igualitarios. Y creo que no en todos los lugares es posible por igual. La cuestión rural‑urbana forma parte de esta construcción de sociedades más igualitarias. Muchas gracias. Efectivamente, vamos a dedicar este rato a hablar del medio rural, porque es muy importante: ocupa más del 80% del territorio, es el hogar de más de siete millones y medio de personas y, como todos saben, es fundamental para producir alimentos y materias primas y para gestionar recursos naturales. Es el lugar al que acudimos para conectar con la naturaleza, descansar y realizar actividades deportivas y de ocio; algo que nos concierne a todos. Sin embargo, las áreas rurales son muy diversas y algunas afrontan problemas de competitividad económica, despoblación y acceso a servicios, especialmente en los municipios más remotos. Quisiera iniciar esta mesa preguntándoles a cada uno por su visión del medio rural en la actualidad. Si les parece, comenzamos por Luis Camarero. A ver, el medio rural es parte esencial, sustantiva, de nosotros mismos. Hay quien puede pensar que existen dos sociedades o dos lugares, pero yo creo que existe una sola sociedad. En el medio rural, seguro que ustedes han abandonado hace mucho tiempo esa idea de vacío o de despoblación. En el medio rural viven personas, suceden cosas. No solo estamos de paso: circulamos continuamente, de las ciudades al medio rural y del medio rural a las ciudades. Es un medio muy dinámico, muy fluido, que no podemos considerar como algo apartado o ajeno. Contribuye a mantener nuestro estilo de vida: son las calderas de funcionamiento de nuestra sociedad. En el medio rural encontramos calidad alimentaria y calidad ambiental. Genera una importante diversidad en estilos y formas de vida y nos permite circular y aprovechar el territorio. Yo diría que no debemos pensar que tenemos problemas distintos quienes vivimos en el medio rural y quienes vivimos en el medio urbano. Los problemas son comunes: tenemos problemas de vivienda, de movilidad, de envejecimiento, de cuidados. Los compartimos. El problema es que no compartimos las soluciones. A modo de apunte rápido, señalaría que los territorios rurales han sido y son imprescindibles, sobre todo porque su función trascendental es la provisión de alimentos, aunque tengan —como veremos después— otras funciones económicas importantes y, por supuesto, otros servicios ambientales. Pero la producción de alimentos es su principal misión: algo no solo estratégico, incluso competitivo, que sin embargo no ha tenido ni la valoración social ni la valoración política que requiere su adecuada puesta en valor.
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...de sus recursos y, sobre todo, la conservación de sus recursos dentro de los cauces de la sostenibilidad. Y se ha convertido en un territorio suministrador de productos primarios para otros territorios y para otras necesidades, y eso es lo que fundamentalmente tendremos que cambiar. Yo diría que han sido los grandes perdedores del crecimiento económico, y el proceso de despoblación ha sido su principal exponente. Pero no quiero que en esta primera intervención se queden solo con la idea de que son territorios problema —que lo son—; es que ahora tenemos también territorios recurso, y los problemas empiezan a estar en otros lugares. Disculpen que antes no haya agradecido su presencia ni la invitación, por supuesto. Bien, esta pregunta tan abierta —y Sofía quizá tema que quienes somos extensos intentemos volcar todas las pocas ideas que tenemos—. Del medio rural, en realidad, tendríamos que hablar en plural. Sin duda, el lenguaje ha de ser simplificador para ser eficiente, pero existe una heterogeneidad muy grande entre los diferentes territorios y también entre las propias sociedades, e incluso internamente dentro de cada pueblo. Cualquiera que conviva con las gentes de un lugar sabe que debe manejar discursos muy variados. Ese análisis coste-beneficio que a veces proyectamos de manera macro, a veces hay que hacerlo también en la escala más micro. El mundo rural es variado: no hay tallas únicas, como señalan algunos en la literatura. También es un ámbito necesariamente interdisciplinar: todo es interdependiente. Podemos promover viviendas, pero si no atendemos a la población dependiente, o si no impulsamos dimensiones que tienen que ver con el hogar o con el tiempo libre, el resultado cojea. Esto es relevante para la gestión, cuando aquí, en consejerías y ministerios, solemos trabajar con una matriz vertical; y quizá lo interesante sería que la trabajadora social se ponga en contacto con otros perfiles, o que yo, como economista con muchas carencias, sea ilustrado por alguien desde la geografía o la antropología. Ello obligaría a una forma de gestión que a veces se practica, pero no tanto como debiera: más colaborativa; y, en el ámbito académico, a ser mucho más interdisciplinarios. Me gustaría señalar, como ha apuntado Luis, que la ruralización que manejamos en tantos ámbitos —muy cómoda, sobre todo corporativamente en lo académico, porque “buenas vallas hacen buenos vecinos”— no refleja la realidad: lo rural y lo urbano están entremezclados. Hay tantas mentalidades que podríamos clasificarlas generacionalmente, por nivel de renta o por cuestiones profesionales. No somos tan distintos, porque la gente nos movemos mucho —algo que ha estudiado muy bien Luis—, y esa movilidad geográfica también lo es de mentalidades: estamos superpuestos. En cuanto a la despoblación, creo que hay un exceso de problematizar, de patologizar o medicalizar. Parece que la única manera que tenemos de afrontar las cosas es convertirlas en algo que, quizá, podría abordarse de manera más rigurosa y, a la vez, más sencilla. Por eso nos enredamos tanto en factores extrínsecos —que si la red de alta velocidad o determinadas infraestructuras—, cuando, sobre todo, hablamos de cuestiones intrínsecas. Cuando se pregunta a la gente por qué se queda a vivir en un sitio o por qué se va, sin duda hay un anclaje en cuestiones materiales, pero pesan mucho los motivos intrínsecos. Y cuando se compara la felicidad, hay una paradoja: en países de la OCDE que son emergentes, la felicidad urbana es algo superior; pero en aquellos que ya han consolidado un nivel material —aunque existan brechas que discutiremos—, hoy el mundo rural está mejor que nunca, predominan los motivos intrínsecos y la felicidad es estadísticamente superior, con ejercicios metodológicos bastante potentes. Así que conviene darle una vuelta al enfoque, porque es cierto que el discurso victimista parece más tajante, pero no necesariamente es más riguroso. Muy bien, Mercedes, mencionaste en tu intervención la despoblación. ¿Cuáles serían las causas de este fenómeno tan complejo? Bueno, son muy diversas y, realmente, también lo ha señalado ahora...
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Cuando hablamos de territorios rurales, en plural, debemos pensar en sus singularidades territoriales —yo diría socioterritoriales y socioculturales—, que a veces alteran los procesos generales. Es un proceso temporal muy largo, de casi sesenta años, prácticamente ininterrumpido, con algunos paréntesis —sobre todo entre 1990 y 2010— en los que desciende ligeramente la despoblación rural. He intentado ahondar en las causas genéricas, al margen de las matizaciones singulares. ¿Cómo he llegado a ello? Observando la curva del crecimiento económico español, que ha sido importante; nuestra transformación ha sido muy grande, pero no ha tenido la misma proyección en los distintos territorios. Unos, ligados a las grandes ciudades, han absorbido población; otros la han perdido, y no solo los rurales, también ciudades intermedias. Esta dualidad me llevó a pensar que, en primer lugar, hemos tenido un modo de producción de crecimiento intensivo y cortoplacista, muy generalizado en los países industrializados, medido y sustentado en tres indicadores casi sacralizados: el Producto Interior Bruto, la renta y el empleo. Y no hemos medido a qué costes se producía ese crecimiento del PIB, de la renta y del empleo. Por otra parte, en aras de la eficiencia —en una terminología muy economicista—, este crecimiento se vinculó a un modelo territorial de concentración de la inversión, la producción, el empleo, los servicios, las oportunidades de vida y, por supuesto, de la población. Ello actuó como desencadenante de desigualdades socioterritoriales en la capacidad de empleo y de promoción, en momentos determinados, y donde la mujer también tuvo un papel esencial: en el mundo rural había sido la trabajadora invisible y encontraba en el mundo urbano, al menos en principio, mayores posibilidades, aunque fuera de “libertad”, entre comillas. En ese sentido, el modo de producción y el modelo territorial determinaron —me vais a permitir, mis compañeros, y sobre todo Luis, dentro del afecto y respeto que les tengo—, primero, una gran oposición rural‑urbana. Lo rural era, y se empleaban expresiones como “lo cateto”, “lo paleto”, algo a excluir. Con el tiempo, afortunadamente, hemos ido cambiando esa mentalidad hacia otros valores e indicadores que aproximan más lo rural a lo urbano, aunque no en la medida en que debieran. Todo ello degeneró en una emigración que siempre señalo como forzada: la gente tuvo que marcharse porque no tenía calidad de vida, ni empleo, ni posibilidades de promoción. Fue una emigración rural‑urbana y, esencialmente, metropolitana, asociada a la idea de que el progreso estaba vinculado a ese tipo de crecimiento económico, medido por indicadores que, además, nos servían para converger con otras regiones o países europeos. Fíjense que toda la política regional y territorial europea se ha vinculado al proceso de convergencia con un único indicador: la renta, sin medir otras cosas. Ese enfoque es muy discutible para determinar si, de verdad, existe convergencia. Por lo tanto, identificamos el crecimiento con el progreso en esa línea. Y ese fue un gran error de partida, porque comenzamos a ignorar unos territorios y unos recursos que no pasaron a formar parte del proceso productivo.
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Y quedaron prácticamente al margen, lo que determinó, por supuesto, o fue causa, de una falta de cohesión interna que todavía tenemos que construir y de una despoblación en la que, por estas causas económicas y territoriales, las políticas públicas han tenido mucho protagonismo. Tanto las políticas públicas del Estado como las de las comunidades autónomas receptoras de inmensos fondos estructurales de objetivo 1 que, por cierto, en el programa marco de la Unión Europea del periodo 93-97 ya señalaba el proceso de despoblación de la España interior, los territorios afectados y dónde se debería invertir. En algunos, como en mi tierra, en ese periodo: cero euros; y esa tónica continuó prácticamente hasta el momento actual. Luis Antonio, ¿algo más que añadir sobre esta cuestión desde tu perspectiva, como director del Centro de Despoblación? Bueno, la visión que ha hecho Mercedes describe un proceso de cambio estructural en la sociedad española muy potente en el último tercio del siglo pasado. Cuando se habla de migraciones, en el mundo rural hoy sucede algo parecido a lo que pasa en el conjunto de España: hay desnatalidad, se tienen pocos niños; la generación actual ya es descendiente del baby boom y fue menos numerosa; y, además, tenemos el “éxito” de ser muy longevos y, cuando se es muy longevo, aunque se esté muy bien, eso se traduce también en una tasa de mortalidad elevada. Como ha estudiado muy bien Luis Camarero, las migraciones funcionan como un puerto de entrada, pero quienes llegan no suelen permanecer mucho tiempo. Esa sería, en parte, la aritmética de la despoblación. Yendo también a cuestiones de mentalidad o culturales, lo que definía el mundo rural en otro tiempo —con sus luces y sombras, como han analizado muy bien los antropólogos— era el valor de lo comunitario. Por eso, cuando la gente del mundo rural ve películas del oeste, donde no hay ni un sheriff y apenas hay tiendas, lo que rige son las relaciones, los vínculos. Eso, poco a poco, ha sido colonizado por el mercado y también por los gobiernos. Por eso, cuando hablan los políticos del binomio público-privado, me parece que se dejan un elemento de enorme potencial: lo comunitario. En un pueblo se pueden organizar muchas cosas, con capacidades y limitaciones, y hay una subjetividad sobre lo que se puede o no se puede hacer; pero, si se quiere hacer teatro en la calle, si se activan los movimientos de peñas, si se organizan las mujeres, vemos una fuerza para la que no hace falta pedir permiso ni licencia ni, quizá, mirar de forma tan inmediata una contabilidad analítica de costes y beneficios. ¿Qué ocurre? Que hoy lo comunitario nos pesa mucho. Preferimos la comodidad o la inmediatez frente al medio y largo plazo de iniciar esas cosas uno mismo, una misma. Nos divierte más una serie de televisión que hacer teatro o organizar un grupo entre nosotros; es más costoso, entraña más riesgos, etcétera. La idea es que el mundo rural ha quedado obsoleto en lo que era su potencialidad y, cuando compite en las grandes ligas —la Champions del mercado y de las infraestructuras—, siempre va a quedar atrás. La mentalidad ha quedado, desde mi punto de vista —y creo que hay literatura abundante en esa línea—, anclada en paradigmas que hoy no son la corriente principal. Sí, quizá ahora se valora una idea de éxito en la que el medio rural no encaja tanto. Luis, la brecha urbano-rural es a la vez causa y consecuencia de la despoblación. ¿Qué aspectos crees que son ahora mismo los más acuciantes, qué aspectos destacarías en esa brecha urbano-rural? Micrófono… ahí. Ahora me oís. Y, por cierto, parece que hay personas que no están aquí que también nos están escuchando. Quería saludarles, allá donde estén. Estamos muy contentos de que nos sigan desde lugares probablemente remotos, de baja densidad, personas que no han podido, por lo que fuera, acceder hasta aquí. Yo creo que hay una cuestión central que a veces se nos olvida. España es un país...
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España ha sido siempre un país de baja densidad. A veces hablamos de despoblación como si las personas se hubieran ido; es que nunca hemos sido muchos. Afortunadamente, buena parte de nuestra calidad y de nuestro estilo de vida se explica porque nunca hemos sido muchos en este territorio. Enlazando un poco —es difícil llenar el hueco que han dejado Mercedes y Luis Antonio—, claro que hay un proceso de gran concentración de recursos, pero también, especialmente, de vitalidad. Estamos capturando vitalidad, y son los centros urbanos los que la concentran. No es una cuestión de ser muchos o de ser pocos; la cuestión es que todos los niños que nacen, nacen en el mismo sitio. Ya no nacen más que en la periferia de Madrid y en la de Barcelona; es allí donde observamos los nacimientos. Todas las mujeres y todas las parejas que desean tener hijos terminan en el mismo lugar. Esta poca atención a la baja densidad, o esta mercantilización, como bien decía Luis Antonio, se ha transferido también a ciertas políticas públicas, donde hemos empezado a actuar por el criterio demográfico. Es decir, vamos a instalar algo solo si hay un porcentaje o un número de personas determinado, siempre dentro de una teoría de costes que pretendía igualarnos a todos. Lo cual es falso: en el territorio no podemos igualarnos, y menos cuando estamos en estos procesos desiguales de desarrollo. ¿Qué sucede? Si decimos que hay menos personas, acabamos cerrando los bancos —que han cerrado en muchos sitios, también en las áreas rurales—; retiramos atención financiera, reducimos servicios médicos, telematizamos pensando que va a ser más barato, con lo cual dejamos fuera a todas las personas que no tienen acceso ni conocimiento. Todo esto se retroalimenta en distintos círculos: quitamos servicios, se pierde empleo; la pérdida de empleo reduce la inversión; menos inversión implica menos formación, y acabamos teniendo un mercado de trabajo en descualificación, sin formación, quedándonos en ese vacío. Esto tiene repercusiones, especialmente dentro de una nueva brecha que está caracterizando a las sociedades del sur de Europa —de la que hablamos poco, pero que tiene gran importancia—, que es la brecha generacional. La gran diferencia que estamos estableciendo entre las distintas generaciones. Cuando hablamos de población rural parece que todos fuéramos iguales, pero no lo somos. Normalmente, si tenemos 70 años podemos vivir muy bien, pero si tenemos 25 años probablemente no podamos vivir tan bien. No tenemos el mismo acceso a servicios ni a recursos. La brecha rural, en el fondo, nos dice que el estado del bienestar a veces no llega de forma igualitaria a todos los lugares. Y, quizá, Luis Antonio, ¿quieres matizar desde tu perspectiva esa visión de la brecha? Me consta que Sofía ha hecho un esfuerzo muy grande, sobre todo conmigo, que parecía que jugaba un poco a llevar la contraria. Coincido en que hay una brecha, pero le damos mucho valor a la inmediatez o a la distancia física. Por ejemplo, nosotros hemos trabajado con un grupo de salud pública —la mayoría, médicas— y, como sabéis, cuando acudimos a los datos del personal sanitario, resulta que la atención directa y el seguimiento de enfermedades crónicas son mucho mejores en las áreas rurales de Aragón, que es donde se hizo la investigación. Lo podríamos demostrar con datos. Si habéis leído, además, a John Berger —Un hombre afortunado. Historia de un médico rural—, incluso le aportaríais esa literatura tan buena. Los proyectos educativos más novedosos se están dando en la escuela rural, también con luces y sombras, a veces de gentrificación. ¿Qué es lo que valoramos? ¿A qué le damos sentido? A lo mejor le damos mucho valor a una infraestructura. También hay encuestas de hábitos culturales: la gente de una zona oriental de Huesca acudía más que la de Barcelona ciudad, incluso a actos culturales convencionales. Tenemos la cuestión de la movilidad —insisto—, que Luis la ha trabajado muy bien; si acudís a sus...
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…artículos. Entonces, la idea de áreas funcionales… En mi calle, en mi barrio, no hay muchas cosas; cada vez hay menos comercio de proximidad. Te tienes que desplazar, te tienes que mover. Y eso, por supuesto, tiene la sombra de que, si no tienes automóvil o a determinadas edades eres dependiente, se complica. Pero la gente también se adapta; ésa es otra cuestión en la que tendremos que trabajar: las políticas adaptativas, no solo los horizontes imposibles. La brecha depende de lo que te guste y de lo que valores. Si leemos a Caro Baroja sobre el caserío vasco, en los años sesenta era un valor heredar el caserío, que era el activo, y, sin embargo, muchos se ponían de perfil porque preferían ir a una fábrica a Bilbao o, ellas, a servir en Bilbao, por diferentes motivos. Entonces, ¿qué le damos valor en cada momento? ¿Cruzarnos por la calle y no vernos —como dice Goetzi y tantos otros, o Gómez Bárcenas en su último libro—, o preferir a una vecina que quizá interpretas que te cotillea, pero que se interesa por ti y estará pendiente si algo sucede? Las mentalidades han cambiado y por eso evaluamos la brecha de otra manera. Igual que esta mañana, cuando hablaban de las masas forestales, el asunto admite diversas lecturas. Lo que pasa es que la mentalidad mayoritaria —siempre hay excepciones— está formateada de tal modo que, como me decía un profesor de instituto: “Mis chicos del mundo rural sueñan con las grandes superficies y con comerse una pizza”. Y cuando él les dice: “Podéis montar una peña en un pueblo; eso es vuestro paraíso y no viene la Guardia Civil; hacéis eso en Zaragoza y a la media hora estáis en un reformatorio”, pues ahí aparece de nuevo qué valoramos como brecha. Está la mentalidad y la subjetividad de cada cual. Además, la movilidad hoy permite el hibridaje. Hay gente que teletrabaja. El alcalde de Albarracín, hijo de un amigo, tiene plaza en el INE y procede del movimiento asociativo de ese pueblo, un poco alternativo respecto de lo mayoritario. Hoy nos preguntamos —y ya no sé si llegaré—, pero me encanta la definición de Amartya Sen: el desarrollo son capacidades y relevancia; capabilities, en inglés. ¿Dónde soy más capaz y sobre qué base? Hay quien lo es teniendo ocho mil artilugios, y otra persona quizá prefiere conversaciones. ¿Y dónde eres relevante? ¿Dónde puedes participar, por ejemplo, en un presupuesto participativo que quizá solo te deja decidir sobre el asfaltado de tu barrio? ¿O puedes coger a la alcaldesa por banda y darle la tabarra, o montar tu asociación? Todo depende de lo que se valore. Volvemos a los factores culturales. Y, Mercedes, Luis, además de la brecha urbano-rural, ¿qué otras consecuencias se derivan de la despoblación? Por ejemplo, a nivel demográfico o ambiental; mencionabais ahora el proceso de matorralización, arbolado. Si quieres, puedes empezar tú, Mercedes. Bien. Primero me van a permitir una pequeña licencia. En un trabajo de campo con mis estudiantes, al terminar la jornada —lo típico, que te sientas a tomar un café—, estaban comentando las maravillas: “Qué fantástico el paisaje, qué estupendo”. Pasó una señora, se volvió y dijo: “Sí, majos, pero aquí nadie se queda”. Es decir, más allá de esos aspectos que me parecen fundamentales, diría, como brecha, que los territorios rurales —y muchas ciudades intermedias— han quedado sometidos a desinversiones muy grandes que han restado resiliencia y competitividad al territorio, sobre todo cuando queremos hablar de nuevos procesos. Yo no quiero un mundo rural urbanita y urbanizado; quiero un mundo rural vivo, pero que tenga capacidad de generar riqueza y calidad de vida a quien quiera y pueda, sobre todo, vivir allí. En ese aspecto, insistir en las carencias —aunque no sean lo único— es importante. Creo que la pérdida de capital humano ha tenido consecuencias que van más allá de las demográficas, aunque éstas sean trascendentales —y aquí tengo a dos personas que las han analizado en profundidad—. Pero también hay consecuencias derivadas de esa falta de capital humano, sobre todo desde el punto de vista económico.
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...que han sido territorios que han quedado excluidos de un proceso económico general, cuando, lógicamente, la actividad agraria resulta ser un sector que tira de otros sectores económicos, sobre todo de muchas industrias que dependen de ella. Precisamente, el informe de la comisión, al plantear los presupuestos de la Unión Europea en vigor y de los que estamos recibiendo, valoró la cantidad de puestos de trabajo en industria y en servicios, los inputs y outputs que genera el sector agrario con respecto a otros sectores, que son muy grandes y con un valor añadido muy elevado, pero que se genera en otros territorios, no en lo local. Por lo tanto, hay unas consecuencias económicas al configurarse estos territorios rurales como simples suministradores de productos primarios. A veces he planteado en mi departamento —y aquí hay dos colegas míos que trabajan conjuntamente, el profesor Felipe Hernando y Rocío Pérez Campaña—: ¿no creéis que se está produciendo, sobre todo con el tema de la energía, un nuevo extractivismo rural? Ese es un tema que tenemos que pensar y que tenemos, lógicamente, que meditar. Pero, al mismo tiempo que se ha producido esta situación, ha habido muchos recursos que han quedado abandonados e ignorados. Por ejemplo, los recursos forestales. Hay mucho que decir sobre por qué han quedado abandonados, y además eso tiene mucho que ver con las consecuencias ambientales que tiene el proceso de despoblación. Y me voy a referir al abandono. ¿Qué se entiende por abandono? Porque no lo hemos medido en profundidad todavía ni lo hemos definido. Pero el abandono es trascendental, porque no solamente implica una no gestión. Y si no hay gestión, no hay prevención; y si no hay gestión ni prevención, no hay conservación. La sostenibilidad ambiental parte también de una sostenibilidad humana que gestione precisamente esos territorios. Ahora estoy inmersa —y esta mañana ha salido; Sergio lo analizaba— precisamente en el problema de los incendios. No nos damos cuenta de que en España el 72% de la propiedad forestal es privada, y que esa propiedad privada coincide con territorios despoblados y desfavorecidos. En muchos casos se trata de propiedades privadas o societarias cuyos componentes ni conocen que tienen esa propiedad, ni lo saben. Están absolutamente al margen de ello. Ese es un problema que tiene el Estado español y que debería formar parte de la agenda política. Me parece fundamental, precisamente, como un motivo de prevención, aparte de los problemas de pérdida de biodiversidad que se han citado lógicamente esta mañana. Y por poner un ejemplo muy práctico: en una hectárea de encinar, por ejemplo, se calcula aproximadamente que se pueden recolectar unas 10 toneladas de madera, a 15 euros. Esto supone 150 euros por propietario. ¿Le interesa? No, porque lo estamos midiendo con criterios estrictamente economicistas. Pero ¿y si lo medimos con el valor que tiene ese bosque —sea cual sea su arbolado— para la sociedad en general, que no es la sociedad local, sino la sociedad global y externa? Tendremos que empezar a medir también de otra manera y con otros indicadores que tengan en cuenta estos aspectos. Hay, por supuesto, consecuencias sociales derivadas de la desigualdad. Y la desigualdad es un sinónimo de despoblación que también se está aprovechando de muchas maneras. E incluso esta desigualdad a veces está teniendo connotaciones políticas, y unas connotaciones políticas no siempre bien fundamentadas, sino que podríamos llamar oportunistas. El descontento es importante y el descontento hay...
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Téngase en cuenta que es un problema social reciente, porque la despoblación lleva mucho tiempo, pero había resignación. A comienzos de los años 2000 —y, si me permiten, creo que soy en esta mesa la de más edad— yo estuve en la formación de las dos grandes plataformas sociales que han aparecido, cuando eran plataformas sociales: Teruel Existe y Soria Ya, llevando una pancarta de cabecera. Fuimos fotografiados entonces, en el año 2003, en la gran manifestación. Ha pasado poco tiempo desde que se ha tomado una conciencia social del problema y de su abandono, y el tema del abandono me parece importante. Por todo ello, más allá de hablar de la crisis de gobernanza de los pequeños municipios y de su escasa capacidad para gestionar sus propias potencialidades, no defino la despoblación como un problema demográfico, sino como una verdadera crisis del territorio. Luis. Bueno, por volver al efecto demográfico y, quizá, al de comunicación. La cuestión de la despoblación ha tenido el efecto de desviarnos el foco de lo que debíamos mirar. Nos hemos centrado mucho en el vacío, en suponer que estábamos perdiendo población. Eso fue un efecto de la crisis de 2008, que, como saben, tuvo repercusiones muy grandes. Pocos años más tarde descubrimos que ni siquiera la población española crecía porque fallecían más personas de las que nacían: por primera vez desde el siglo XVII entramos en crecimiento vegetativo negativo. La crisis de 2008 hizo que la entrada de inmigrantes se paralizara, con lo cual ese saldo dejó de compensar el envejecimiento y se consolidó ese relato. En ese contexto empezó casi un cántico, un lloro nostálgico, y construimos el imaginario que ahora tenemos de la despoblación. No nos hemos dado cuenta de que hay personas que van a vivir al medio rural; hay buena parte del medio rural que crece en población. Tal vez los fallecimientos siguen siendo mayores que los nacimientos, pero el crecimiento migratorio que registran las áreas rurales termina compensando. Sin embargo, se popularizaron términos como “municipios en vías de extinción”, como si fueran a cerrar, y no hemos sabido mirar otras cuestiones. Ese sentimiento de vacío ha impedido reconocer la diversidad y el fuerte cosmopolitismo que se ha instalado en las áreas rurales con la llegada de nuevas personas. Seguimos pensando “como aquí se van todos” y no estamos viendo, ni aprovechando, buena parte de esa diversidad. Para que se hagan una idea, más del 15% de la población que reside en municipios pequeños ha nacido en el extranjero. Si observamos grupos de edad muy concretos, de 25 a 35 años, en zonas, por ejemplo, de Navarra, descubrimos que, entre las mujeres de 25 a 35 años que viven en municipios de menos de 5.000 habitantes, más de una de cada seis ha nacido en Marruecos, etcétera. No estamos viendo esa diversidad, también en su composición generacional. Son muchos los efectos que hay, pero el problema es que no los estamos mirando. Muy interesante. Luis Antonio, quería preguntarte qué factores consideras clave para arraigar población y si es posible revertir la despoblación siempre o hay que adaptarse al decrecimiento. A ver, hay una premisa que creo que debemos buscar. Igual que cuando se habla de natalidad o de recambio demográfico se dice 2,1, y ese no es el objetivo: el objetivo es que la gente tenga los hijos que desea tener. Hay una infecundidad deseada y otra indeseada. Pues aquí, con el tema demográfico, la cuestión es si conseguimos el “matching”: que la gente viva donde quiera vivir. Y esto evoluciona a lo largo de la vida. Hay un libro que ha hecho Miguel Mena, novelista y periodista, con cincuenta personas que retornaron al pueblo después de trayectorias muy diversas, y uno ve que hay hitos vitales, cosas que te suceden, a raíz de las cuales quizá te surgen razones para volver.
Fragmentos 1-10 de 20 (10 disponibles públicamente)

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