Congreso de los Diputados Otros

Congreso de los Diputados - Otros - 17 de noviembre de 2025

17 de noviembre de 2025
11:15
Duración: 2h 0m

Contexto de la sesión

Mesa redonda: Sequía en España - Mesa redonda: Sequía en España - Sala: Clara Campoamor

Vista pública limitada

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¿Se me escucha bien? Ahora sí. Buenos días. Soy Maite Iriondo, una de las técnicas de evidencia de la Oficina C, y me corresponde abrir las mesas redondas sobre los temas que hemos trabajado durante 2025 en la oficina. En este caso vamos a hablar de la sequía, un fenómeno recurrente en España cuya complejidad y severidad sigue ocasionando graves impactos en nuestro país. El informe que hoy presentamos recoge la evidencia y el conocimiento científico disponible en torno a la sequía. Para su elaboración hemos entrevistado a 22 personas expertas de diferentes disciplinas, a quienes queremos agradecer su tiempo y su colaboración con la Oficina C. Muchas de ellas están hoy aquí en esta sala y otras nos siguen por la retransmisión en streaming. Además, hemos referenciado 320 documentos científicos para respaldar la información presentada. Durante esta Semana de la Ciencia en el Congreso queremos abrir un diálogo que ayude a entender por qué la sequía nos afecta a todos y qué podemos hacer como sociedad para afrontarla. Para ello, contamos hoy con tres de las personas expertas colaboradoras del informe: Nuria Hernández, Julio Berbel y Sergio Vicente-Serrano. Bienvenidos. Para iniciar la mesa, les pediría que se presenten brevemente para que la audiencia pueda situarles y conocer su vínculo con la sequía. Si le parece, Nuria, puede empezar. Vale, pues soy Nuria Hernández Mora. Tenía una presentación larga preparada, pero un colega de otra mesa me ha dicho que basta con decir el nombre y quién es una, y que el resto lo diga el trabajo. Así que seré breve. Soy doctora en Geografía y llevo 30 años trabajando en temas relacionados con la gobernanza del agua en todas sus facetas y, más recientemente, en adaptación al cambio climático. Trabajo en investigación, consultoría y en vinculación con el tercer sector. Muy especialmente, hoy represento a la Fundación Nueva Cultura del Agua. Muchas gracias. Pues Julio. Mi nombre es Julio Berbel, soy profesor de la Universidad de Córdoba y coordinador de un equipo que se llama WEAR. WEAR significa Water Environment Resource Economics. Es un equipo multidisciplinar, aunque muy centrado en la parte más agroeconómica, y trabajamos vinculados a la política del agua y a los instrumentos económicos, como los modelos hidroeconómicos, desde hace 25 años. A nivel internacional, el equipo —no yo personalmente— es una referencia. Buenos días, un placer estar aquí. Yo soy Sergio Vicente, profesor de investigación en el Instituto Pirenaico de Ecología, un instituto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Trabajo fundamentalmente en investigación científica y llevo más de 20 años estudiando las sequías desde diferentes perspectivas: su conexión climática e hidrológica, el desarrollo de indicadores para medir mejor las sequías y el desarrollo de sistemas de monitorización. También he participado en algunas iniciativas internacionales relacionadas con las sequías, como el IPCC o la Convención de Lucha contra la Desertificación.
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…de la desertificación y la sequía de Naciones Unidas. Muy bien, pues para iniciar esta mesa quería arrancar con esta pregunta: la sequía parece que la conocemos, es un fenómeno recurrente en España; incluso podríamos decir que se trata de una vieja conocida en nuestro país. Entonces, ¿por qué hablar de ello ahora y aquí, en el Parlamento? ¿Cuál es la relevancia? Me gustaría que participaran todos. Si les parece, empezamos al revés. Sergio. Sergio: Pues comienzo yo. La sequía es, siempre lo digo, uno de los principales conformadores de nuestro paisaje, de nuestra sociedad, de nuestro modo de vida y de nuestra forma de ser. Ha sido un factor determinante de guerras, migraciones, revueltas y hambrunas en nuestro país; sin ir más lejos, en 1946 se registraron hambruna y muertes por causa de la sequía. No es algo de lo que debamos hablar solo ahora: siempre ha estado ahí y es un factor muy relevante. Hoy en día, en el mundo desarrollado, las sequías no suelen producir catástrofes como aquellas, pero sí tienen impactos socioeconómicos muy importantes. Hay sectores muy dependientes, como la agricultura de secano, que ha conformado tradicionalmente el modo de vida en España y que, aunque ahora tenga un peso económico inferior, sigue siendo muy relevante territorialmente o en determinadas regiones y depende fundamentalmente de la disponibilidad de agua. Además, existe ahora una vertiente hidrológica dominante. Hablamos de diferentes tipologías de sequía, pero en este momento la hidrológica es la que más peso tiene, porque de ella dependen aspectos tan relevantes como los abastecimientos urbanos e industriales, la producción energética, la producción hidroeléctrica y, sobre todo, la viabilidad de las amplias superficies regadas de nuestro país. No olvidemos tampoco una componente cada vez más importante relacionada con los sistemas naturales: las sequías impactan de forma notable en nuestros ecosistemas, en nuestros bosques, con episodios de decaimiento forestal y mortalidad, y por supuesto en los ecosistemas acuáticos. No hay que ir muy lejos para recordar situaciones críticas recientes, como los incendios forestales de este año, en los que la sequía tiene un papel explicativo importante. Creo que el Parlamento es un lugar clave para hablar de esto. Baste recordar que la Ley de Aguas de 1985 se aprobó en este Parlamento, en una de las segundas o terceras legislaturas. Es un marco legal magnífico que ha permitido gestionar sequías muy severas, como las de 1990-1995 y 2005-2008, y que ha contribuido al desarrollo de gran parte del país. Pero esa ley lleva ya cuarenta años; es una gran ley, sí, pero necesita ajustes. El país se ha desarrollado, hay mucha más presión y más demandas sociales sobre el agua, y es bueno que hablemos de ello. Esta iniciativa nos permite identificar consensos —que los hay— y también disensos, y marcar líneas que, a mi juicio, conviene acometer en esta legislatura o en la próxima. Conviene distinguir la sequía de la escasez; luego abordaremos la escasez. Centrémonos ahora en la sequía. Es un fenómeno coyuntural, conocido desde antes de los romanos. La adaptación, históricamente, ha consistido en almacenar agua de años húmedos para años secos, y del invierno para el verano, porque el clima mediterráneo se caracteriza por veranos secos. El problema surge cuando en invierno no llueve: el ecosistema se resiente. Se tiende a pensar sobre todo en el regadío y en la agricultura, pero me gustaría ofrecer una visión más amplia, brevemente. El 80% de la superficie de cultivo en España es de secano, y quienes trabajan en ella cuentan con menos herramientas para gestionar la sequía. Parte del abandono de tierras que hemos visto —entre un 30 y un 35% de la superficie de secano se ha dejado de cultivar— se explica por esa mayor dificultad; muchas de esas áreas han pasado a matorral, lo que favorece los incendios de los que hablábamos. El regadío ha sido la respuesta tradicional desde tiempos de los romanos.
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De nuestros abuelos para luchar con ese clima que es el que nos ha tocado. Poco más, gracias. Cuando mencionaba eso, he mirado, por curiosidad —la verdad es que nunca lo había hecho—, la primera referencia legislativa en España a la sequía. Ya aparece en la primera Ley de Aguas, aprobada en 1879 y reformada en 1985, donde se menciona la sequía en dos ocasiones y se establecen medidas que, aunque hoy no serían aplicables en nuestro contexto, ya contemplaban la reducción de derechos y usos en situaciones de sequía extraordinaria. Es, por tanto, una vieja conocida. ¿Por qué es importante ahora? ¿Por qué es una urgencia política? A mi juicio, por tres razones. Primero, nos encontramos en una situación de sobreexplotación estructural de los recursos hídricos. La planificación hidrológica reconoce que gran parte de nuestro territorio se halla en estrés hídrico permanente. Existen cuencas hidrográficas —como el Segura, el Júcar o el Guadalquivir— cuyos planes hidrológicos reconocen un déficit estructural, es decir, demandas por encima de los recursos medios disponibles, de más de 300 millones de metros cúbicos. Estamos consumiendo y demandando más agua de la que tenemos. Segundo, el estado de las aguas no es bueno. Los planes hidrológicos indican que aproximadamente entre el 40% y el 45% de las aguas superficiales y subterráneas están en mal estado; no tienen buena salud, por lo que no pueden proveernos del agua con la calidad necesaria para los usos requeridos. Y ello pese a que llevamos prácticamente 25 años desde la aprobación de la Directiva Marco del Agua, traspuesta a todos los Estados miembros, cuyo objetivo principal es alcanzar el buen estado de las aguas para satisfacer de forma sostenible nuestras necesidades. Después de 25 años, seguimos con más del 40% de nuestras aguas con problemas de calidad y cantidad y con sobreexplotación. Tercero, en este contexto de estrés hídrico, de exceso de consumo y de mala calidad, el cambio climático nos indica que dispondríamos de aún menos agua que ahora. Estamos, por tanto, en un momento de urgencia en el que es imprescindible abrir un diálogo social, liderado desde las instituciones y desde el Congreso, para afrontar de manera estructural una situación de recursos menguantes, recursos en mal estado, demandas crecientes y desequilibrios persistentes. Quisiera añadir que esto es también una realidad en el resto de Europa. En el marco de la Estrategia Común de Implementación (Common Implementation Strategy) de la Directiva Marco del Agua, la Comisión Europea ha constituido grupos de trabajo y establecido prioridades políticas. Uno de ellos es el grupo de trabajo sobre sequía y escasez, en el que participa el Ministerio para la Transición Ecológica, y uno de los objetivos del bienio de trabajo es elaborar guías para las estrategias de gestión del riesgo de sequía en todos los Estados miembros. Colaboro como consultora en este grupo, cuya participación es voluntaria. Lo más interesante es que entre los países voluntarios figuran Noruega, Suecia y Suiza, países con los que no solemos asociar la sequía; sin embargo, en escenarios de cambio climático es una realidad que nos afecta a todos. —Sí, gracias. Y, de hecho, ya han identificado muchos de los retos y desafíos que tenemos por delante. Antes de seguir avanzando, me gustaría, Sergio, que brevemente, como experto climatólogo, nos explicara por qué es tan compleja la sequía, qué hace que no podamos predecirla bien ni saber realmente cómo va a afectar. Y, como ya Nuria mencionaba el cambio climático, cómo está afectando el cambio climático a las sequías. —Muy bien. La sequía es un periodo anómalo en el que la disponibilidad de agua se sitúa por debajo de las condiciones medias, y esa baja disponibilidad en cualquier sistema —sea en el suelo, en los cauces fluviales o en las aguas subterráneas— produce impactos. Esta anomalía temporal no es exclusiva de los climas mediterráneos; se produce en cualquier lugar del mundo. Se registran sequías tanto en climas húmedos como secos, y conviene diferenciarla de otros conceptos, como la aridez.
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…escasez de agua que hace referencia a situaciones crónicas. En los desiertos, por ejemplo, tenemos una baja disponibilidad de agua porque son territorios áridos en los que, de forma crónica, no contamos con precipitaciones que aporten recursos hídricos. En el caso de las sequías es diferente: se trata de una anomalía temporal, y eso es muy importante tenerlo en cuenta. Es muy difícil de cuantificar; a diferencia de otros riesgos hidroclimáticos de carácter intensivo, como una inundación o un huracán, en las sequías resulta complicado determinar cuándo comienzan, cuándo terminan, cuál es su extensión superficial —hasta dónde llega la sequía— y cuál es su intensidad. No podemos ir con un instrumento al campo que nos dé la severidad de la sequía, porque tiene un carácter multidimensional. Hablamos, habitualmente, de diferentes tipologías: sequías meteorológicas, hidrológicas, agrícolas, ecológicas, socioeconómicas, cuando ya todo el sistema se ve afectado. Medir la sequía per se es un aspecto muy complejo, y en ello trabajamos para desarrollar metodologías y sistemas. Desde un punto de vista biofísico, es un fenómeno muy complejo, porque se producen interacciones entre las condiciones climáticas, la hidrología superficial, los suelos, la vegetación, la evaporación, los procesos de carga y descarga de los acuíferos y, por supuesto, la interacción humana: la gestión hidrológica también afecta a toda esa complejidad. Por eso, cuando se habla de “tenemos sequía en España”, yo siempre pregunto: ¿de qué tipo de sequía hablamos y en qué regiones? La sequía presenta una elevadísima variabilidad espacial. En nuestro país, por sus características meteorológicas, es común que tengamos condiciones de sequía en una región mientras que en otra puedan darse condiciones normales o incluso húmedas. Otro factor importante es que carecemos de datos sistemáticos sobre los impactos que producen las sequías. No existen estadísticas oficiales que nos permitan disponer de información para determinar la vulnerabilidad de determinados sistemas ante su ocurrencia y, por tanto, evaluar el riesgo asociado. Respecto a la predicción, sería fantástico poder anticipar las sequías. Si pudiéramos determinar cómo serán las condiciones climáticas dentro de dos, tres o cinco meses, podríamos prepararnos muy bien. Pero, desde un punto de vista técnico, estamos aún lejos de poder realizar esas predicciones, particularmente en nuestras latitudes. En las latitudes templadas del hemisferio norte, donde el sistema climático es muy caótico y complejo y concurren múltiples mecanismos, la predicción meteorológica más allá de 15 días, y la climática a escala estacional o subestacional, ofrece una capacidad muy limitada. Por eso hay que poner el foco en otros aspectos: la monitorización. Necesitamos saber con precisión cuáles son las condiciones de sequía, su intensidad y sus áreas afectadas, más allá de una predicción que, de momento, es muy compleja. Y ahora que entendemos un poco más cómo es la sequía como fenómeno meteorológico, Nuria, ¿por qué es importante abordarla también desde una perspectiva multidimensional que complemente esa visión? Sí, claro. Porque la sequía, como fenómeno natural, en sí misma no nos preocupa. Si no hubiera nadie en el territorio, los ecosistemas mediterráneos están adaptados a la sequía. Siempre ha llovido más o menos; en verano hace calor, como decía Julio, y el territorio está adaptado. Lo que nos preocupa son los impactos que esa sequía tiene sobre las personas, la economía, la sociedad y los ecosistemas. Por ello, desde la perspectiva de la sequía como riesgo hidroclimático, no se trata solo del fenómeno en sí —lo que en inglés se denomina “hazard”—; el riesgo integra el fenómeno (sequías, lluvias, falta de lluvias), así como la vulnerabilidad y la exposición a ese riesgo. Eso es lo que genera los impactos. De ahí que se suela decir que las sequías son fenómenos socialmente construidos. ¿Por qué? Porque es la manera en que gestionamos el recurso la que determina que tengamos mayor o menor exposición y mayor o menor vulnerabilidad a la sequía. Vuelvo a lo que decía antes; es decir, si tuviera…
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Si estuviéramos gestionando los recursos con un colchón amplio, de manera que solo utilizáramos el 50% de los recursos disponibles, si sobreviene una sequía dispondríamos del otro 50%. Pero si estamos utilizando el 130%, cuando llega una sequía y se reduce la disponibilidad en un 50%, no tenemos margen de maniobra. En realidad, es cómo gestionamos el recurso en situación de normalidad lo que determina la vulnerabilidad, la exposición y, por tanto, los impactos. Permítanme leer una definición académica que, a mi juicio, es pertinente por su carácter multidimensional. Algunos estudiosos, al hablar de agua y de ecosistemas, prefieren referirse a “territorios hidrosociales”. Es decir, ya no nos movemos en ecosistemas “puros”, sino en territorios alterados social y culturalmente. Debemos hablar, por tanto, de territorios hidrosociales, porque es la interacción entre la sociedad, lo que hacemos en el territorio, y el espacio natural lo que genera aquello que debemos gestionar: la responsabilidad política de tomar decisiones que reduzcan la exposición y la vulnerabilidad. Estos territorios se definen como entidades espaciales configuradas por flujos físicos (el agua que circula por acuíferos y ríos), tecnologías e infraestructuras (fundamentales para transportar, extraer y utilizar el agua), instituciones (leyes, decisiones y marcos administrativos), patrones de acceso (muy relevantes), marcos de gobernanza, discursos, visiones y maneras de entender, que producen y son producto de relaciones de poder. Esto es crucial porque, en materia de sequías —y lo argumentaré más adelante—, debemos definir con claridad los criterios y principios que guiarán nuestras decisiones de gestión. Entre ellos, la equidad y la justicia social han de ser principios rectores. El reparto del agua, el acceso que garantizamos a unos y a otros, y las decisiones sobre cómo reducir ese acceso en situaciones de sequía y escasez generan ganadores y perdedores, y como sociedad debemos debatir cómo queremos hacer ese reparto en un escenario de cambio climático. Para proseguir con la conversación, Julio, mencionabas la escasez. En nuestro informe sobre sequías no podemos hablar de sequía sin hablar de escasez, aunque no son lo mismo. ¿Por qué es importante no confundirlas? Y, en el caso de España, ¿estamos ante un problema de gestión de sequías, de gestión de escasez o de ambos? Tanto Sergio como Nuria han dado ya una pista: Sergio ha señalado que la sequía es un evento coyuntural, y Nuria ha indicado que la escasez actúa como amplificador del impacto de la sequía. La palabra sería, efectivamente, amplificador. ¿Qué es la escasez? La escasez no es simplemente falta de agua en términos absolutos. En mitad del Sáhara no hay escasez; hay aridez, porque no hay población. La aridez es una cosa; la escasez, otra. ¿Cuándo hay escasez? En Almería, por ejemplo, existe escasez porque concurren un clima casi desértico y una intensa producción agrícola y turística. No olvidemos el turismo: durante la gran sequía de 2004 en Andalucía se cancelaron reservas hoteleras porque no se podían llenar las piscinas. Los impactos, por tanto, no afectan solo a la agricultura; van mucho más allá. Volviendo a la distinción, la sequía es un evento coyuntural. Y aquí aparece una paradoja. En un análisis de la vulnerabilidad a las sequías en Andalucía, Almería —donde menos llueve— presentaba menor vulnerabilidad. ¿Por qué? Porque el sistema está muy artificializado, con desaladoras y reutilización de agua; se ha equilibrado oferta y demanda y, como más de la mitad de la oferta es artificial, no está sujeta a la variabilidad climática que sí afecta al agua superficial. Ahí vemos un caso de escasez estructural con menor vulnerabilidad a la sequía. En cambio, en Málaga, donde en la última sequía se llegó a temer que no se pudieran llenar las piscinas y donde se han arrancado aguacates por cinco o siete años seguidos de sequía, la sequía ha actuado sobre una escasez estructural —ya había más superficie de riego de la que el sistema podía sostener— y, cuando llega la sequía, el sistema colapsa. Eso es lo que ha ocurrido en el oriente de Málaga, en la comarca de la Axarquía. Hay un concepto clave, y ya termino. Entre los documentos que nos afectan y que se están debatiendo en Bruselas, figura una Estrategia de Resiliencia Hídrica. La Unión Europea se plantea cómo mejorar la resiliencia y pone mucho énfasis en la mejora de la eficiencia. Pero la mejora de la eficiencia...
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Moderador: Estamos llegando a límites en España en los que la eficiencia de la agricultura, y hablaba antes de Almería, ya no da más de sí: todo es goteo, el 100% es goteo, incluso hidroponía. Llega un momento en que con la eficiencia no se llega; habrá que aumentar la oferta o reducir la superficie, porque por ahí no se puede seguir. Gracias. Han explicado cómo la sequía, como fenómeno climático, es importante entenderla y, sobre todo, entender cómo nos afecta. Precisamente, quería preguntarles: ¿dónde está ahora nuestra vulnerabilidad? Han hablado de agricultura, turismo… Entonces, brevemente, ¿dónde está la vulnerabilidad de España ante los episodios de sequía? Nuria, si quiere. Nuria: Uno de los principales factores de vulnerabilidad es el deterioro del estado y la presión sobre lo que Domingo Jiménez Beltrán, primer director de la Agencia Europea de Medio Ambiente, un aragonés afincado en Murcia hasta su fallecimiento, llamaba las “fábricas naturales de agua”, que son los ecosistemas. Si están en mal estado, no podrán generar el agua que necesitamos. Coincido además con Julio: nos centramos en la agricultura porque es el uso consumtivo que representa el 70-80% de los recursos disponibles; ahí está la madre del cordero. Pero en muchas regiones el sector urbano es prioritario y una vulnerabilidad muy importante son las poblaciones rurales, pequeñas y medianas, muy expuestas a episodios de sequía: mientras las grandes ciudades han avanzado muchísimo en eficiencia y diversificación de fuentes, los pequeños y medianos municipios no; registran grandes pérdidas y carecen de varias fuentes alternativas. Vuelvo a lo mismo: nuestras principales vulnerabilidades son de gestión y de políticas. Aunque entendemos la escasez y el riesgo adicional que suponen los procesos de cambio climático —que Sergio nos explicará mejor después—, esa realidad no se interioriza. Por ejemplo, los planes hidrológicos incluyen un capítulo sobre impactos del cambio climático en la disponibilidad de recursos, pero luego el resto del plan actúa como si eso no estuviera escrito: se siguen proponiendo incrementos de regadío en sistemas muy sobreexplotados y no se garantiza ni se enfatiza suficientemente el abastecimiento en zonas rurales. Interiorizar esta realidad es clave. Y también hay cosas que estamos haciendo muy bien, de las que me gustaría hablar después. Moderador: Julio, ¿quiere continuar? Julio: Efectivamente, también tendremos que hablar de lo que hacemos bien, que es mucho. Pero quería subrayar la cuestión de la garantía. En Andalucía, por citar un ejemplo reciente, tras siete años de sequía el sector urbano apenas se ha visto afectado. Se habló de las piscinas al final del sexto año de sequía; durante los cinco primeros, ni eso. ¿Por qué? Porque el sector urbano dispone de una gran garantía, un amplio margen de maniobra. Lo bueno —y lo malo— de que la agricultura utilice en torno al 80% es que, cuando llega una sequía, existe ese margen: es lo que ha ocurrido estos siete años. Cada vez se usó menos agua en el regadío, pero las ciudades apenas lo notaron; solo una parte muy rural, en zonas de montaña de Andalucía, llegó a sufrir la sequía, por problemas de mala gestión más que por problemas estructurales. En cambio, el sector agrícola sí se vio afectado. Quisiera añadir un punto: estudiamos la sequía y su impacto en el Guadalquivir y, de nuevo, apareció una paradoja, similar a la de Almería. El regadío, pese a las restricciones, fue capaz de no perder —o de limitar al máximo— los ingresos; el impacto económico en el regadío fue muy reducido. Quien sufrió la sequía fue el secano, con pérdidas económicas importantes. Y el segundo perdedor fue el consumidor: inevitablemente subieron los precios y se pagó más por el aceite —saben que subió— y por otras cosas. En parte, en el regadío la subida del precio del aceite compensó la bajada de rendimientos. Así, el regadío actuó como un gran factor de resiliencia para el territorio, mientras el secano sufrió de forma intensa y el consumidor lo notó en su bolsillo. Esa es, a veces, la realidad del impacto de la sequía.
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…de la sequía en la economía. Y ahí hay una paradoja interesante que estudiemos. Bueno, a mí me gustaría comentar, en relación con la vulnerabilidad —o no tanto—, una cuestión que se ha quedado un poco en el tintero: la relación con estos procesos de cambio climático. Lo que voy a decir ahora puede parecer paradójico, pero en nuestro país las precipitaciones no están descendiendo. Pese a lo que se ha dicho largo y tendido, las precipitaciones en nuestro país no muestran una tendencia notable. Contamos con registros de la Agencia Estatal de Meteorología desde mediados del siglo XIX y lo que observamos es que las lluvias no descienden. ¿Eso significa que no hay cambio climático? No. Nosotros publicamos un trabajo a principios de este año en el que señalábamos esto —que las lluvias no descienden— y, rápidamente, una comunidad negacionista acudió a decirnos: “Fijaos, el cambio climático no existe”. Pues sí que existe. Sí que existe, y las sequías están siendo cada vez más severas, pero no por un cambio en las precipitaciones, sino por un cambio en la demanda de agua por parte de la atmósfera. Nuestra atmósfera cada vez está más sedienta; debido a su temperatura y a diferentes procesos en los cuales no voy a entrar, demanda una mayor cantidad de agua. Si nosotros tenemos un depósito de 1.100 litros de agua y lo ponemos en 1960, por ejemplo en el Valle del Ebro, al cabo del año se habrá vaciado. Ahora necesitaríamos alrededor de 1.300 litros. ¿Qué está ocurriendo? Que cuando tenemos una situación de sequía causada por un déficit de precipitaciones, la atmósfera evapora más y, en esos momentos en los que cada gota es valiosa, la estamos perdiendo, entre comillas, a la atmósfera, bien por evaporación directa o bien por la transpiración de las plantas. Se ha incrementado, por ejemplo, en torno a un 10% la evaporación en nuestros embalses. Imagínense que, precisamente cuando tenemos un déficit de precipitación, el agua embalsada —tan valiosa en esos momentos— se vaya a la atmósfera. Ahora mismo, el calentamiento global —el proceso de cambio climático— está teniendo impacto sobre la severidad de las sequías desde un punto de vista termodinámico, es decir, alterando el balance de radiación de nuestro planeta. El problema que nos podemos encontrar es que, si continuamos emitiendo gases de efecto invernadero a la atmósfera, no solo se verá afectada la termodinámica, sino también la dinámica atmosférica, que es la que controla la variabilidad de las precipitaciones. Ahí es cuando vamos a tener un lío inmenso. Porque, si se altera la dinámica atmosférica por procesos físicos —en los que no voy a entrar ahora— y se produce un ascenso de las masas de aire subtropicales, el anticiclón de las Azores, para entendernos, puede volverse más persistente y continuo, y entonces sí se verán muy tocadas las precipitaciones. Ahí sí que tendríamos un problema muy, muy serio. No solo por la termodinámica —esa mayor “sed” de la atmósfera, que ya se observa—: nuestros ecosistemas están más estresados por esa sed, y también nuestros cultivos se ven afectados. Los regadíos necesitan más agua, se evapora más agua, la vegetación está más estresada. Por tanto, para evitar esa vulnerabilidad, para reducir el riesgo de sequías, debemos centrar el foco en controlar las emisiones de gases de efecto invernadero, porque podríamos llegar a una situación completamente incontrolable si la dinámica atmosférica se ve afectada. —Nuria, ¿querías decir algo? —No, solo quería añadir, porque es así simplemente, que una cosa que tenemos que hacer —y los tres compartimos— es entender que no hablamos de futuro, hablamos ya de presente. Es decir, ya hay una cosa que se llama en España el “efecto 80”, que es que, cuando se comparan las series hidrológicas largas —desde los cuarenta hasta hoy— con la serie corta —como la llama la planificación, desde los ochenta hasta hoy—, se observa una reducción muy significativa del agua disponible, de la escorrentía, de los recursos disponibles para uso. Hablamos de disminuciones del 30, del 40% en muchas cuencas de la vertiente mediterránea, central y sur. Por lo cual ya hay impactos que no…
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