Mesa redonda: Menores y redes sociales - Mesa redonda: Menores y redes sociales - Sala: Clara Campoamor
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Por favor, si pueden ir tomando asiento, vamos a dar paso al siguiente diálogo. Buenos días. Muchas gracias.
Es el turno de redes sociales y menores, otro de los informes en los que he estado trabajando durante todo este año en la Oficina de Ciencia y Tecnología del Congreso de los Diputados. Mi nombre es José Luis Roscalés; soy otro de los técnicos de evidencia científica, igual que mi compañera Maite, y en este caso me ha correspondido liderar este tema.
No puedo empezar de otra manera que agradeciendo a las 21 personas expertas que han participado en este informe su tiempo, su dedicación y sus revisiones. Algunas de ellas están hoy aquí. Muchísimas gracias por venir y por toda la ayuda.
Me acompañan otras tres personas a las que voy a presentar brevemente porque me gustaría entrar en materia lo antes posible. Iré en orden, tal como estamos sentados. En primer lugar, está con nosotros Juan Manuel Machín Barrena, profesor e investigador de la Facultad de Psicología de la Universidad del País Vasco, que ha centrado su trabajo principalmente en riesgos digitales bien conocidos y significativos, como el ciberacoso y el potencial adictivo de las redes sociales. Gracias, Juan Manuel. Si te parece, te llamaré Manuel. —Como quieras.— Perfecto. Muchas gracias por estar aquí.
Está con nosotros también Ana Caballero, que ha estado a nivel nacional al frente del Comité de Personas Expertas para la Generación de Entornos Digitales Seguros para la Infancia y la Juventud. Además, es vicepresidenta de la Asociación Europea para la Transición Digital, desde la cual se promueve un pacto de Estado en esta materia. Ana, muchas gracias por acompañarnos. —Muchas gracias a ustedes.—
Y, finalmente, Arianna Sala, investigadora del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea, concretamente del Centro Europeo para la Transparencia Algorítmica, que recientemente ha centrado su trabajo en evaluar y recopilar de forma sistemática cuáles son los efectos que las redes sociales tienen sobre la salud de las personas menores. Muchas gracias, Arianna. —Gracias por la invitación.—
Bien, podríamos hablar mucho de lo que recoge el informe, porque lógicamente en este rato no nos va a dar tiempo a abordarlo todo. Querría, no obstante, destacar tres cuestiones que guiarán este diálogo: cuál es el papel de las redes sociales en la vida de los menores y por qué debería alertarnos; qué sabemos y cuánto sabemos sobre los efectos que las redes sociales tienen en las personas menores cuando las utilizan; y, para cerrar, hacia dónde se dirige el conocimiento y qué nos dice la evidencia científica sobre qué podemos hacer.
Todos estos aspectos son relevantes porque hoy en día sabemos que las redes sociales son un espacio, a una edad cada vez más temprana, en el cual adolescentes y menores interaccionan y desarrollan su identidad.
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Que algo más del 90% de las personas de 11 años ya tienen un dispositivo móvil y están presentes al menos en una red social, un uso que además durante la adolescencia se intensifica. Además de esta interacción entre las necesidades del desarrollo de las personas menores y el uso de las redes sociales, surge una serie de oportunidades que no podemos pasar por alto, pero también de riesgos, y existe cada vez un cuerpo de evidencia mayor sobre los posibles efectos de estos riesgos que no podemos obviar. De hecho, esta cuestión ha atraído la atención tanto de la sociedad civil, a través de las familias, como del colectivo de salud, del ámbito de la educación y también en el plano regulatorio. No en vano, estamos en plena fase de implementación de la Ley Europea de Servicios Digitales y, a nivel nacional, aquí, en esta Cámara, se está debatiendo un proyecto de ley orgánica para la protección de las personas menores en los entornos digitales. Así que creo que vuestra aportación no puede ser más oportuna. Yo os había mencionado los tres temas que vamos a tratar, así que comenzaré contigo, Manu, si te parece bien. ¿Cuál es este balance? ¿En qué consiste este balance de oportunidades y riesgos del que estamos hablando?
Bueno, pues muchas gracias por la pregunta. Si me lo permiten, voy a empezar con una metáfora, ya que soy el primer interviniente y creo mucho en el poder de las metáforas. Creo que esta metáfora debería ayudarnos a ver en qué tipo de cambio social estamos inmersos. Hay muchas metáforas que se han usado; a mí me gusta mucho la de la automoción, porque desde comienzos del siglo XX su integración en la vida cotidiana ha sido gradual. Hemos tardado décadas en aprender a convivir con los vehículos; hemos aprendido cómo y cuándo poner límites de velocidad, dónde poner semáforos, qué significa homologar un vehículo y, sobre todo, a encontrar mecanismos de seguridad que a día de hoy salvan vidas. Pero todo ese universo de normas, de cultura vial, de infraestructuras, se ha ido construyendo poco a poco, con tiempo, para observar efectos, corregir y legislar mejor. Y, a pesar de todo, incluso a día de hoy los accidentes de tráfico siguen siendo una de las principales causas de muerte no natural entre los jóvenes. Y, sin embargo, no concluimos que el coche sea peligroso por definición. Sabemos que el riesgo depende de cómo se usa, cómo se conduce y con qué propósito. No es lo mismo usar el coche para desplazarse que usarlo de manera temeraria. El coche no es inherentemente dañino: lo que marca la diferencia es el uso, el contexto y la responsabilidad con que se emplea.
Y si este cambio ha sido gradual, en cambio, con las redes sociales hemos vivido un proceso totalmente opuesto. Hemos pasado en diez o quince años de un uso residual a un mundo en el que millones de menores pasan una parte importante de su vida en un ecosistema que influye directamente en su identidad, en sus emociones y en su bienestar. Y todo esto, que es tan importante, ha ocurrido sin un periodo de adaptación, sin ni siquiera una generación que hiciera de puente y explicase cómo funcionan las cosas, sin normas claras y con unas plataformas que han evolucionado mucho más rápido que nuestra capacidad para regularlas. Es una metáfora que me parece ilustrativa. No quiero caer en comparaciones simplistas, como a veces se hace, de comparar las redes sociales con dar un Ferrari a un niño o compararlas con sustancias —algo de lo que hablaremos y que hemos leído todos—, metáforas sensacionalistas como la “cocaína digital”. Creo que lo importante es subrayar que no ha habido tiempo y que estamos corrigiendo ese desfase entre un uso absolutamente masivo y una regulación en la que estamos, pero a la que, por desgracia, estamos llegando tarde.
Dicho esto, y respondiendo a tu pregunta, las redes sociales no son solo entretenimiento. Es importante matizar que para muchos menores constituyen una parte muy significativa de su vida: son un espacio de socialización; en ellas se expresan, descubren quiénes son, también encuentran apoyo y constituyen una parte sustancial de su identidad. Los menores construyen su realidad entre su mundo online y offline. Ya no hablamos de dos mundos diferenciados, sino que incluso cabe hablar de conceptos como el autoconcepto digital; al igual que una persona tiene un autoconcepto académico, físico o familiar, también lo tiene en redes. Esto genera muchas dudas, tensiones e incertidumbre tanto en las familias como en la escuela, porque existe la sensación de que se llega tarde. Por eso, cuando hablamos de redes sociales, no debemos caer en la dicotomía de si son buenas o malas, sino hablar de maximizar oportunidades y reducir riesgos.
La evidencia científica es clara: existen beneficios, como la conexión entre iguales —particularmente en una etapa de la vida donde la pertenencia es un eje central—. También permiten explorar la identidad, la creatividad y formas de autoexpresión. Pueden ofrecer apoyo emocional a jóvenes que no lo encuentran en su entorno más cercano. Estas oportunidades existen y es clave preservarlas. Evidentemente, también existen riesgos de los que vamos a hablar hoy, riesgos que pueden ser de diversa naturaleza.
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...relacional, que amplifican dinámicas ya existentes entre los compañeros, pero que a través de lo digital adquieren una nueva magnitud, como el ciberacoso, el sexting no consentido o el online grooming. El propio uso de la tecnología también puede derivar en usos disfuncionales, como el uso problemático de las redes sociales o la nomofobia. Además de estos riesgos, se suman cuestiones como la presión social —particularmente en las chicas—, la comparación social constante y la exposición a contenidos dañinos que determinados algoritmos pueden fomentar, como la autolesión, los trastornos de la conducta alimentaria o los discursos de odio. Como decía, debemos encontrar un equilibrio entre los riesgos y las oportunidades, porque muchas de estas plataformas incorporan mecanismos diseñados para retener y captar la atención. Hablaremos de mecanismos como el scroll infinito, los algoritmos o la reproducción en bucle, que por sí mismos no generan trastornos clínicos, pero sí aumentan de forma considerable la probabilidad de un uso desregulado o compulsivo. Aquí entramos en el tema de la adicción: a día de hoy, la adicción a las redes sociales no está recogida en los manuales diagnósticos; ni el DSM-5, de la Asociación Americana de Psiquiatría, ni la CIE-11, de la Organización Mundial de la Salud, reconocen la adicción a redes sociales como un trastorno clínico. Preferimos hablar de uso problemático, es decir, un uso que interfiere en distintas esferas de la vida, sobre lo que podremos profundizar. Me gustaría concluir señalando que, a diferencia de ciertas sustancias con las que a veces se comparan injustamente, las redes sociales no generan un daño intrínseco: el daño no reside solo en la herramienta, sino en la combinación entre el diseño, el contexto y las necesidades psicológicas con las que se utiliza. Por ello, debemos maximizar las oportunidades que existen y, al mismo tiempo, regular para minimizar los riesgos.
Gracias, Manuel. Hablabas de contexto; ya hemos abordado oportunidades y riesgos. Ariadna, voy a ir contigo. ¿Qué factores o qué características van a definir que sean una oportunidad o un riesgo, o la probabilidad de daño? ¿Dónde está la vulnerabilidad de las personas menores? ¿Qué factores la configuran para entenderlo mejor?
La evidencia científica muestra tres grandes grupos de factores: uno relativo a las características demográficas y socioeconómicas de la persona que usa las redes; otro relativo a cómo usa las redes; y un tercer grupo relativo a las propias redes, a cómo están diseñadas y al contenido que la persona puede ver. Entre los factores demográficos, por ejemplo, podemos destacar el género: las chicas, en general, son más vulnerables a efectos adversos del uso de las redes sociales porque, de media, pasan más tiempo y las usan más. Están más sujetas a la presión de satisfacer ciertos ideales —por ejemplo, de belleza—, lo que a su vez contribuye a la autoobjetivación y a la comparación social. Otro factor importante es la edad: los chicos y las chicas más jóvenes son más propensos a presentar mayor riesgo en el uso de las redes sociales. Los estudios más recientes muestran que las chicas entre 11 y 13 años y los chicos entre 14 y 15 años se sitúan en lo que llamamos ventana de susceptibilidad o de mayor riesgo, donde un uso excesivo de las redes sociales se asocia, en el año siguiente, con una disminución del bienestar y un aumento de los riesgos en términos de salud mental. Otro conjunto de factores, aún dentro del plano individual, tiene que ver con las características de la red offline de esa persona. Existe la hipótesis de que “el rico se hace más rico”: quienes tienen mayor habilidad social, una red social más sólida y una red de apoyo y amistades más fuerte usarán las redes principalmente para conectar con esas amistades y, por tanto, obtendrán mayores beneficios de su uso; mientras que chicos y chicas más introvertidos, con redes offline más pobres o con menor número de amigos, corren mayor riesgo de contactar con personas desconocidas en las redes sociales, exponiéndose a fenómenos como el grooming, el acoso o contenidos no deseados. Entonces, por un lado, los factores individuales; por otro, los relativos al patrón de uso; y, en tercer lugar, los vinculados al diseño y al contenido de las propias plataformas.
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Por otro lado, los factores de cómo se usan las redes sociales. Evidentemente, un primer factor es el tiempo de uso. Hay un cierto acuerdo en que un uso superior a una hora diaria incrementa la posibilidad de un efecto adverso en términos de salud mental. Otro factor es la motivación por la que se utilizan. No es lo mismo usarlas para informarse o mantener la relación con amigos y amigas que emplearlas como sistema de regulación emocional, como forma de escapar, por ejemplo, del aburrimiento o de sentimientos de ansiedad o tristeza. También la retroalimentación que se recibe es muy importante: un feedback positivo suele tener un impacto favorable, pero el ostracismo —es decir, ser ignorado— o el acoso, como señala Manu, tiene un efecto muy negativo sobre la salud mental y el bienestar en general.
Un tercer grupo de factores, como decía al principio, se refiere a cómo funciona la plataforma. No es lo mismo pasar tres horas del día viendo vídeos de gatitos que viendo vídeos de personas que se están autolesionando o que comparten sus dificultades emocionales. En esto la plataforma tiene mucho que ver, porque su funcionamiento se basa en algoritmos de recomendación. El algoritmo de recomendación hace que el contenido que la plataforma presenta a la persona usuaria sea relevante y que la interacción sea más interesante, pero al mismo tiempo puede correr el riesgo de proponer contenido cada vez más extremo con el objetivo de mantener a esa persona interactuando. Hay, por ejemplo, un informe muy reciente de Amnistía Internacional que muestra cómo, en TikTok, una persona —un chico que manifiesta interés por temas de salud mental— muy rápidamente ve su feed, es decir, su página de inicio, llenarse de contenido cada vez más extremo en el que se hace referencia a la tristeza y a contenidos de ese tipo.
Y, si puedo terminar, una última cuestión: el diseño de la plataforma. Sabemos que el tiempo de uso es un factor crítico, en el sentido de que, a partir de un uso superior a las dos horas, aumentan los riesgos, y sabemos también que las plataformas están diseñadas para maximizar ese tiempo de uso. Ahí vemos un claro conflicto entre el interés superior del menor —y también de las personas adultas que usan las redes sociales— y los intereses de la plataforma, porque todos tenemos esa sensación de perder la noción del tiempo al usarlas. Eso no es solamente falta de disciplina por nuestra parte: están diseñadas para explotar la vulnerabilidad psicológica de las personas. Por tanto, ese conflicto hay que regularlo a favor de los derechos de los menores y de las personas en general que usan las redes sociales.
Sí, quería interrumpirle justo por eso, porque es la pregunta que quería trasladar ya a Ana, para que se centre precisamente en esa visión: en qué son, cómo debemos mirar y entender las redes sociales, que en abstracto pueden parecer un concepto positivo pero que, en realidad, responden a un modelo de negocio y a las plataformas que están detrás. Querríamos que nos ofreciera esa mirada y adentrarnos más en ese conjunto de factores que ya venía señalando Ariadna.
Pues, efectivamente, estoy muy de acuerdo con mis compañeros de mesa. Han dicho cosas muy interesantes, pero hay que poner el foco en para qué se utilizan las redes sociales y qué son las redes sociales. Al final, no debemos olvidar que son modelos de negocio que ponen en valor de forma repetida los datos personales, en este caso de niños, niñas y adolescentes. Y, además, lo hacen, desgraciadamente, utilizando muchas veces técnicas y prácticas desleales que pasan ocultas para la mayoría de las personas adultas y, por supuesto, para los niños. Ahí es de lo que estábamos hablando: los patrones oscuros y los diseños persuasivos. Pero, para centrar el tiro en el tema de los modelos de negocio, sí me gustaría, José Luis, hablar de por qué es un modelo de negocio y por qué les interesan los niños, las niñas y los adolescentes y, principalmente, por qué les interesamos los consumidores europeos. Y esto es muy sencillo: Europa es una gran base de datos de usuarios cualificados económicamente.
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Somos aproximadamente 450 millones de ciudadanos altamente digitalizados que realizamos muchísimas transacciones de nuestra vida diaria online, ya sea, por ejemplo, con el banco; nos comunicamos a través de las redes sociales y también compramos online. Hay un alto grado de digitalización en Europa. Además, es un entorno que resulta muy seguro para estos modelos de negocio. ¿Por qué? Porque estamos muy regulados y eso les da muchísima seguridad jurídica a la hora de realizar muchas de las cuestiones que llevan a cabo. Pero no solo por eso, sino porque culturalmente somos diversos. Poco tiene que ver un finés con un español o con un polaco, y eso les facilita una riqueza increíble a la hora de poner en práctica, por ejemplo, su laboratorio de inteligencia artificial. Somos los conejillos de indias. Esto hace que Europa sea un entorno favorable para que seamos el objeto de esos modelos de negocio.
Pero vayamos más allá: hablamos de niños, niñas y adolescentes. No debemos olvidar que, al final, también son consumidores. Y, como modelos de negocio, lo que buscan las plataformas es establecer relaciones de consumo desde una edad temprana con estos niños, niñas y adolescentes. ¿Cómo lo hacen? A través de la captación de la atención.
Para cerrar, creo que a nadie se le escapa en esta sala que estamos en una economía en la que los datos son la materia prima que la mueve. Nos encontramos con que prácticamente las siete compañías mundiales —por cierto, todas extracomunitarias; ninguna comunitaria— controlan la recogida de los datos personales y la cadena de valor. Eso también nos debe hacer reflexionar sobre el lugar que están ocupando respecto de la industria tradicional. Como europeos, estamos perdiendo posicionamiento y valores que nos ha costado muchísimo conseguir.
¿Y esto por qué pasa? Porque somos una gran base de datos; existen unos modelos de negocio y hemos visto que, desgraciadamente, la tecnología no es neutra. De ello se han percatado los departamentos de marketing y los equipos de ingeniería de estas grandes plataformas: los instintos y las emociones se pueden empujar, se pueden acelerar, y eso puede hacerse mediante prácticas —a las que antes se refería Manuel— de diseño persuasivo, que, desgraciadamente, han quedado reguladas de forma muy limitada en el ámbito europeo y también en el español. ¿Y por qué digo esto en el ámbito europeo? Porque sí, tenemos la Digital Service Act: su artículo 28 prohíbe la utilización de patrones oscuros; y tenemos también el Reglamento de Inteligencia Artificial, que prohíbe cualquier práctica que genere un daño que sea considerable. Pero la realidad es que la Digital Service Act únicamente habla de los sistemas de recomendación y tampoco contamos con un concepto jurídico de qué es un daño considerable. En esa gran horquilla es donde se sitúan y se manejan todas las plataformas de redes sociales, en las que no se ha abordado el diseño conductual, que es el gran problema cuando hablamos de patrones oscuros.
Muchas gracias. Creo que con esto nos hacemos una idea de en qué consisten las oportunidades y los riesgos de la parte más relacionada con el individuo, y Ana ha dibujado en qué consiste, en qué se basa y cómo funciona el sistema de negocio, con lo cual entiendo que tenemos estas tres principales patas ya esbozadas. La siguiente pregunta —y os voy a pedir más brevedad, porque quizá es más fácil ser concretos; posiblemente no, pero es lo que os voy a pedir— tiene que ver con los efectos: con qué sabemos, cuánto sabemos o qué nivel de evidencia tenemos respecto a los efectos que tienen en la salud. Y empiezo contigo, Ariadna, porque eres quien los ha revisado más recientemente. Así que podemos empezar por esa parte de salud —porque también afecta a los derechos, que lo abordaré contigo, Ana, a continuación— y luego iremos sobre cosas más específicas con Manu.
Bueno, una primera aclaración que hay que hacer es que, por el momento, la evidencia que tenemos nos permite hablar de correlación y no de causalidad. No podemos establecer...
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Existe una relación de causa-efecto entre el uso de las redes sociales y determinadas consecuencias en términos de salud mental. Me parece importante subrayar que, como investigadores, no deberíamos hablar en general del efecto del uso de las redes sociales, porque son muchísimos los factores que, a nivel individual, influyen en que se produzca o no un impacto negativo. Deberíamos, más bien, centrar la pregunta de investigación en el efecto de elementos o afordancias específicas de la plataforma. Por ejemplo: ¿qué efecto tiene la cuantificación de los “likes” de una publicación en la autoestima?
Para abordarlo con un método experimental, debería seleccionarse una muestra representativa de jóvenes de 11 a 15 años, medir su autoestima inicial y, después, manipular la plataforma de forma que al grupo de control se le proporcione tal como está y a otro grupo una versión sin la posibilidad de cuantificar el número de “likes”. Al final, se volvería a medir la autoestima para comprobar si hay diferencias. En este momento, no podemos hacer ese tipo de experimentos: quienes sí acceden a ese tipo de datos son las propias plataformas, que realizan pruebas A/B, es decir, ofrecen a distintos usuarios versiones con ligeras variaciones de diseño y, de forma experimental y rigurosa, pueden observar qué tipo de diseño contribuye más a su objetivo de mantener la atención y retener a las personas en la plataforma. Por tanto, la falta de transparencia de las plataformas es un factor muy relevante que impide obtener datos causales y evidencia más clara.
Dicho esto, existe consenso en la comunidad científica en que, en los países occidentales, en los últimos diez años ha habido un deterioro de la salud mental de las personas jóvenes; en que el uso de redes sociales impacta negativamente reduciendo las horas de sueño; y en que esa reducción del sueño afecta, a su vez, a diversos aspectos de la salud mental y al desempeño académico, entre otros. También sabemos que la exposición a contenido inapropiado, el ciberacoso, los ideales de belleza y el tiempo excesivo en redes tienen otros efectos. Entre los impactos más estudiados figuran el incremento de la probabilidad de desarrollar síntomas depresivos o de ansiedad; efectos sobre los trastornos de la conducta alimentaria y la autoimagen; y cuestiones relativas a la conducta autolesiva y la ideación suicida. Estos son grandes ámbitos de riesgo que no afectan a todos los adolescentes, pero cuyo alcance justifica su análisis, estudio y prevención.
En suma, la falta de transparencia y la dificultad para asociar funcionalidades concretas de las redes con efectos específicos complican la obtención de evidencias claras. Me quedo con esta idea porque conecta con lo que nos señalaba antes Ana sobre cómo la legislación tiene dificultades para identificar qué diseños o características sería necesario regular. Paso contigo, Ana: ¿quieres añadir algo desde tu experiencia al frente del Comité de Personas Expertas, incluyendo los mensajes llegados desde Educación y Salud, especialmente en relación con los derechos de los menores que podrían verse afectados por el uso de las redes sociales? Si quieres, pon el foco en esa vertiente quizá menos centrada en la salud, pero también concernida.
Son dos cuestiones, entonces. —Sí. —Te pido brevedad. —De acuerdo. Sí, estoy ciertamente preocupada por haber trasladado la discusión sobre las redes sociales al aula. Primero, debemos saber para qué utilizan los menores las redes sociales. La semana pasada UNICEF presentó un informe excelente al respecto. Y creo que se ha mezclado con un discurso algo tecnófobo sobre qué hace la tecnología en el aula. Bueno, pues la tecnología...
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...educar, la tecnología puede ser utilizada como una herramienta con fines pedagógicos, y eso es lo que debemos tener en cuenta. Antes comentábamos lo positivo que fue limitar el uso de smartphones en los centros educativos; ahora bien, no estoy tan segura de que la eliminación total de la tecnología sea la solución. Tecnología hay mucha: puede ser un smartphone, una tableta… Hablamos de distintos dispositivos, pero también de tecnología con fines pedagógicos, utilizada bajo la supervisión de un docente, que efectivamente puede favorecer el desarrollo del menor. Por eso llamo a la prudencia.
Después, enfoque. ¿Qué enfoque? Yo aquí tengo sesgo, soy abogada. Debemos utilizar un enfoque de derechos, que es la forma más sencilla de integrar toda esta regulación. Me gusta subrayar varias cuestiones cuando hablamos de derechos —como ha señalado Ariadna, acertadamente—: problemas de salud física y mental; acceso a contenidos violentos; desinformación y manipulación informativa; grooming, sexting, ciberacoso. El enfoque integrador ha de ser ese.
Y voy un paso más allá. Tenemos la vertiente de la prevención y la que se activa una vez producido el daño. La primera pregunta es la responsabilidad por el daño causado: ¿cómo responde una plataforma por ese daño? Les adelanto que, en la práctica, no responde. ¿Por qué? Porque es muy compleja la teoría de la causalidad causa‑efecto; resulta casi imposible jurídicamente, además de otras cuestiones relativas a territorialidad, legislación y jurisdicción. La principal es que no respondan porque somos incapaces de probar que el daño se ha cometido por algo que ha sucedido detrás de la pantalla. ¿Y qué nos ocurre a los abogados? Que no conocemos qué pasa al otro lado de la pantalla. Y eso es crucial para diseñar una estrategia y para que un menor sea indemnizado.
¿Qué propongo, de lo que apenas se habla? La inversión de la carga de la prueba. Si las plataformas sostienen que lo están haciendo todo bien, no deberían tener inconveniente en acreditar que actúan conforme a la ley. Inversión de la carga de la prueba: no que un ciudadano tenga que hacerlo, primero porque económicamente es inviable —podemos estar hablando de periciales informáticas en torno a 10.000 euros— y, además, porque, como decía Ariadna, todavía no contamos con una normativa que obligue a la transparencia.
Es importante, y concluyo, poner de manifiesto que estamos incumpliendo el artículo 32 de la Convención sobre los Derechos del Niño, que prohíbe la explotación económica de los menores. También la explotación sexual, el fenómeno de los menores influencers y, por supuesto, la mercantilización de los datos de los menores, que es lo que están haciendo estas plataformas.
Asimismo, el enfoque de derechos se complica cuando entran en conflicto distintos intereses legítimos. Por ello debemos exigir evaluaciones de impacto ex ante de los productos y servicios que lancen estas plataformas: cómo van a afectar a esos derechos, buscando proporcionalidad, equilibrio entre intereses y consideración del contexto. De hecho, es una de las recomendaciones que la Comisión Europea incluyó en sus directrices el pasado 14 de julio, y creo que debe ponerse en valor.
Precisamente, ha hablado usted de mercantilización; plantea cómo controlarla desde este lado. Al respecto, el informe recoge —y me gustaría destacarlo— un trabajo de la Agencia Española de Protección de Datos en el que se identifican los diseños adictivos y su potencial para erosionar determinados derechos de forma específica; una lectura que recomiendo a todas y a todos. Y, para finalizar, me gustaría aterrizar esta parte de riesgos concretos o efectos en dos, que son los que quizá centras más tu atención, Manu, para que las personas que...
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