Muy buenos días a todos y bienvenidos a esta sala del Congreso. Soy Begoña Lucena, directora de España Mejor, y para mí es un placer volver a esta casa para presentaros un nuevo proyecto de la iniciativa Imagina, en el que hemos estado trabajando directamente con jóvenes. Muchas gracias a quienes habéis podido venir físicamente y también a todos los que nos acompañáis online desde toda España, ya sea desde la oficina o desde vuestras casas.
Este año, además, es un placer estar en esta sala porque hemos pasado de una sala más pequeña a la más solemne que tiene el Congreso; donde estuvieron los padres constituyentes, hoy volvemos a representar a los jóvenes y a presentar un proyecto de la sociedad civil que, creo, en estos dos años y medio de trayectoria ha consolidado un nombre y una reputación. En las dos próximas horas os vamos a desgranar la que ha sido la primera iniciativa en nuestro país que ha unido la ciencia del comportamiento, o economía conductual —después os contaremos un poco más en qué consiste—, con jóvenes para crear propuestas de políticas públicas. Y lo hemos hecho no auspiciados por ninguna administración —ya nos gustaría—, sino desde la sociedad civil. Sociedad civil es precisamente lo que somos nosotros, España Mejor, y nuestro objetivo, desde que comenzamos en mayo de 2023, no ha sido otro que involucrar a los ciudadanos en la política, creando un espacio alternativo al de los partidos y tendiendo lazos entre unos y otros en un momento en el que muchos se empeñan en destruirlos.
Gracias a Miriam González, fundadora de España Mejor, por ser el motor incombustible de este experimento, que cuenta ya con más de 2.900 voluntarios —se dice pronto— y 500 personas participando activamente en grupos de trabajo. Gracias a la colaboración siempre dispuesta —no sé dónde están, los he saludado antes— de los jóvenes de Meising, una consultora especializada en Generación Z, y también a Neovantas, los expertos que han estado liderando la iniciativa que hoy presentamos.
Firme convencida de la importancia de las ciencias del comportamiento en lo público. Y gracias, por supuesto —aunque hoy no ha podido estar aquí con nosotros—, al diputado de UPN, Alberto Catalán, que siempre ha apoyado las propuestas de España Mejor y nos ha abierto las puertas del Congreso. En este tiempo, esta mañana, escucharemos a Miriam y a los consultores de Novantas, pero también a expertos internacionales y, especialmente, a los jóvenes protagonistas de esta iniciativa. Sin mayor dilación, doy la bienvenida a Miriam González, fundadora de España Mejor.
Muchas gracias, Begoña, y bienvenidos a todos. Es estupendo ver cómo, un viernes por la mañana, hay gente que dedica su tiempo a pensar qué podemos hacer juntos desde la sociedad civil, y especialmente gratificante ver aquí a los jóvenes.
Quiero empezar por reiterar las gracias a Alberto Catalán. Alberto es un parlamentario que, desde el principio, cada vez que le hemos pedido ayuda para venir al Congreso a presentar distintas propuestas, siempre ha estado dispuesto a hacerlo. Hemos publicado hace poco una medida, el “faltómetro”, que identifica a los parlamentarios que más faltas de respeto cometen. Si tuviésemos que establecer ese podio en positivo, el de los parlamentarios que más apuestan por la sociedad civil, ahí estaría Alberto. Me gustaría destacarlo porque, en esta ocasión, no solo nos ha permitido utilizar esta sala —que, como dice Begoña, es como si nos hubieran promovido en el Congreso; no sé cuál será el paso siguiente—, sino que, además, ni siquiera puede estar hoy aquí, de modo que lo ha hecho sin necesidad de figurar.
Hoy estamos aquí para presentar el proyecto Imagina, un proyecto de España Mejor centrado en los jóvenes. ¿Y por qué nos hemos centrado en Imagina desde el inicio? Porque creemos que los jóvenes sufrís en España una serie de situaciones que os convierten en uno de los colectivos más abandonados por la política. Los jóvenes españoles soportan una de las mayores tasas de desempleo de toda la Unión Europea. Sufren mayor precariedad y temporalidad, y no son fenómenos aislados: se dan juntos. A los jóvenes les cuesta más encontrar empleo —incluso temporal— y, cuando lo encuentran, suelen percibir rentas más bajas en trabajos que no son a tiempo completo. Son también quienes más dificultades encuentran para poder emanciparse. Inicialmente pensamos en dirigir Imagina a jóvenes de 18 a 30 años; tuvimos que ampliarlo hasta los 35, porque, de otro modo, no abarcábamos la edad media de emancipación en España. Y podría continuar: las altísimas tasas de abandono escolar, la disminución del número de autónomos, la cantidad de jóvenes que se están yendo al extranjero, etcétera. Desde España Mejor creemos firmemente que la política española tiene que volver a apostar por los jóvenes, lo cual, en realidad, es apostar por el futuro de todo el país.
¿Cómo decidimos hacerlo? Involucrándoos en la toma de decisiones desde el principio. Empezamos por lo que siempre debe hacerse en políticas públicas: escuchar a los jóvenes. Lanzamos una macroencuesta a 11.000 jóvenes, cuyos resultados presentamos aquí, al otro lado de la calle, en el Congreso, con los jóvenes como protagonistas. Expusimos lo que nos habían dicho esos 11.000 jóvenes en términos de sus preocupaciones y necesidades.
Para enmarcar la discusión, me gustaría recordar algunas de las cosas que nos trasladaron. Vamos a la página 6, a la izquierda. Solo un recordatorio de lo que nos pedían los jóvenes. Una de las cosas fundamentales…
Nos dijeron: queremos una educación mucho más flexible y más práctica, con muchas más facilidades para realizar prácticas en las empresas y también con un sistema de becas más amplio. Quieren confianza —lo normal que desea la generación joven—, confianza para poder crecer profesional y personalmente; eso implica tener más acceso al crédito, más facilidades para emprender y, en tercer lugar, más ayudas. Quieren nuevos canales de participación democrática; no es que no quieran involucrarse en la democracia y en el sistema político, es que quieren hacerlo a través de otros canales, y de verdad creo que los jóvenes en esto sois pioneros, porque si nos preguntan al resto de la población, seguramente todos queremos otros canales de participación que impliquen que realmente se nos escuche.
¿Cuáles son las cosas que les preocupan? Cuando hablas con la sociedad en su conjunto —y yo he estado aproximadamente un año y medio por toda España manteniendo reuniones con ciudadanos— y les preguntas qué creen que preocupa a los jóvenes españoles, realmente ninguno te dice lo que dicen los propios jóvenes. La gente responde: la vivienda, conseguir un trabajo, poder salir, dicen algunos. No: hay que mirar lo que dicen los propios jóvenes. Primera preocupación: poder salir al extranjero a conseguir experiencia laboral, que a mí me parece uno de los mensajes más duros que salió de esa encuesta, porque esto tiene que ser algo que podamos ofrecer a los jóvenes en España. También, poder acceder a un trabajo estable y conseguir una educación de calidad. Es una suerte que tengamos jóvenes en el país que nos dicen que estas son sus principales preocupaciones, y no otras cosas. Lo que no es una suerte es que no tengamos un sistema político que les provea de soluciones a estas preocupaciones.
Pero si ese mensaje es duro, este lo es todavía más: ¿qué dan por perdido? Creen que no van a conseguir una educación de calidad; creen que no van a acceder a un trabajo acorde con su formación, que van a encontrar empleos por debajo de su nivel, y dan por perdida la posibilidad de emanciparse. Si sumamos todo esto, estamos cerca de una ruptura del contrato social, porque implica que el ascensor social deja de funcionar en la mente de los jóvenes.
¿Y a qué aspiran? Aquí aparece la típica dicotomía entre asalariados, emprendedores y funcionarios. ¿Por qué tenemos un porcentaje tan alto de jóvenes que quieren ser funcionarios? ¿Es por vocación de servicio público? No: lo ven como la manera de llegar a una nómina segura a final de mes y de tener un trabajo estable para toda la vida. Esto, en un sistema en el que tenemos un mercado laboral rígido que se supone que da mucha seguridad y, aun así, esto es lo que nos está ocurriendo con los jóvenes.
Solo quiero dejaros la idea de que tenemos porcentajes altísimos que subrayan que el sistema educativo no responde a lo que ellos necesitan para sus trabajos. Paso a lo último: cómo creen los jóvenes que les ve la sociedad. ¿Cuántos estereotipos tenemos sobre lo que piensan los jóvenes? El 76% cree que los jóvenes no quieren trabajar, lo cual es completamente contradictorio con todo lo que nos han estado diciendo —y espero que nos dirán también los jóvenes hoy—. El 96% piensa que los jóvenes no son participativos, cuando lo que están pidiendo son nuevos canales de participación, y el 81% piensa que están poco preparados. Con toda esta información que sacamos de esa gran encuesta quisimos ir más allá: ya hemos visto los problemas, ya tenemos la foto de cómo están las cosas; ¿qué vamos a hacer con esto? Vamos a ponernos a trabajar directamente con los jóvenes.
Vamos a involucrarles en la búsqueda de soluciones, y de eso estamos hablando hoy aquí. Pusimos en marcha una propuesta pionera en nuestro país: aplicar las ciencias del comportamiento a las políticas públicas, algo impulsado inicialmente por el premio Nobel de Economía Richard Thaler y el profesor de Harvard Cass Sunstein, quien además se involucró desde el principio. Una de las máximas autoridades en ciencias del comportamiento se implicó por los jóvenes de un país que ni siquiera es el suyo, apoyando pro bono durante todo el tiempo en que hemos desarrollado esta propuesta.
¿Qué son las ciencias del comportamiento? Analizar cómo se comportan las personas, cómo actuamos y por qué, y tener todo eso en cuenta a la hora de diseñar lo que sea, ya sea un producto o, como hemos intentado hacer aquí, políticas públicas. En España esto se utiliza, pero fundamentalmente en el sector privado. Y es una diferencia enorme con lo que ocurre en otros lugares, porque ya hay más de 70 países —de Australia a Estados Unidos, de Chile a Bélgica o Portugal— que están aplicando algo de sentido común: cuando diseñas una política pública, es mucho más probable que funcione si has pensado cómo se comportan los ciudadanos, cómo van a reaccionar a las propuestas y qué incentivos necesitas para que realmente funcionen.
Creo que en España tenemos un ejemplo básico de cómo las cosas hubieran podido ser mucho mejores si el sector público, el Gobierno y todas las administraciones hubiesen aplicado las ciencias del comportamiento: la formación profesional dual. Hace diez años nos dimos cuenta de que sería mucho mejor para los jóvenes si la formación profesional tuviese un componente importante de experiencia práctica, y se planteó que fuese también dual. Pero, como no se pensó cómo insertarlo realmente en la sociedad, no se trabajó en los incentivos que necesitaban las empresas para ofrecer esa experiencia práctica, ni en los incentivos para los centros, ni para los jóvenes y sus familias, ¿qué ocurrió? Que diez años después, solo —creo recordar— en torno al 8% del alumnado cursaba formación profesional dual. ¿Qué hemos tenido que hacer después? Con acierto, aquí en el Congreso de los Diputados se aprobó que la formación profesional dual sea obligatoria. Si hubiéramos aplicado estas metodologías a tiempo, nos habríamos dado cuenta antes y no habríamos perdido una década en la implantación de la formación profesional dual.
Ahora mismo, en las ciencias del comportamiento podríamos distinguir, simplificando, dos grandes enfoques —que los expertos explicarán mejor—: el de los incentivos, es decir, qué incentivos hay que dar para que funcionen las políticas públicas; y otro que a mí me entusiasma, que es el análisis de las barreras o fricciones. En inglés se denomina sludge, término casi onomatopéyico, el “fango” de todas esas fricciones y barreras que dificultan lo que una sociedad tiene que ir haciendo, y que le van colocando por delante como una yincana. ¿Por qué digo que esta parte me encanta, sin minimizar la importancia de los incentivos? Porque creo que España, de nombre, se llama España y, de apellido, “sludge”. Tenemos sludge en todo: explica, en parte, las listas de espera en sanidad; explica las dificultades para obtener el certificado digital; explica que no se puedan homologar con facilidad los títulos universitarios; y explica que sea complejo acceder a becas.
Tenéis que pensar en cualquier aspecto de vuestra vida en relación con la Administración, y estoy segura de que a todos se os ocurren un montón de ejemplos de esas barreras, de ese “sludge”. Nosotros decidimos centrarnos en dos de los mensajes que vienen de los propios jóvenes y que son prioritarios: cómo vamos a poder facilitar vuestro desarrollo profesional y personal. ¿Haciendo qué? Facilitando que podáis tener más acceso al emprendimiento y, sobre todo, dándoos más acceso a experiencia práctica, que es una de vuestras mayores preocupaciones.
Con ese objetivo, hemos trabajado con dos grupos de jóvenes de toda España, grupos muy diversos, que han dedicado su tiempo libre a elaborar estas propuestas junto con consultores de Meising —no sé por dónde estáis—, especializados precisamente en esta generación, y con los expertos de Neobantas, que son quienes de verdad saben de ciencias del comportamiento. Han hecho una labor magnífica, además intentando conectar con expertos de fuera. Creo que lo que habéis hecho, si ya es pionero aplicar las ciencias del comportamiento, hacerlo en un proceso de co-creación con los jóvenes es algo que poquísima gente está haciendo en el mundo.
Gracias a todos por haber participado en todo esto. Sería estupendo si Juan de Rus y Alba Boluda nos explicáis cómo ha sido el proceso y cuáles son los resultados.
Muchas gracias, Miriam, por la presentación. Voy a cambiar de documento. Es un placer estar aquí, en esta sala, para presentar los resultados del proyecto. Ahora vamos a resumir en 25 minutos un trabajo de un año y pico; o sea, tenemos el reto de condensar 200 páginas en 9 diapositivas.
La idea, como decía Miriam —y no voy a repetir la definición—, parte de algo muy importante: cuando tomamos decisiones no lo hacemos como plantean los modelos neoclásicos de economía, analizando todas las opciones, calculando utilidades y eligiendo la que maximiza la utilidad. Si os acordáis de la universidad, a quienes hayáis estudiado microeconomía nos preguntaban esto. La realidad es otra: estamos abrumados de información y, al estarlo, utilizamos atajos mentales en la toma de decisiones. Si entendemos esos atajos, podremos promover comportamientos; si pensamos que el ser humano es un homo economicus, será muchísimo más difícil promoverlos. Eso es lo que hemos tratado de hacer.
Como decía Miriam, nos hemos centrado en dos objetivos: el acceso a becas y el emprendimiento. Y, no os asusto con los números, pero se ha hecho un diagnóstico muy exhaustivo gracias también al tiempo de los jóvenes: entrevistas a expertos, entrevistas a jóvenes, sondeos de opinión y la revisión de casi 50 artículos sobre políticas públicas y economía del comportamiento en diferentes países. Ahora os contaremos algunos aspectos del diagnóstico, pero ha sido realmente exhaustivo.
En segundo lugar, de junio a octubre, llevamos a cabo el rediseño conductual. Es decir, no solo sugerimos como expertos, sino que co-creamos: ¿qué podríamos hacer para mejorar el emprendimiento? ¿Qué podríamos hacer para facilitar un acceso más sencillo al mercado laboral? Además, se testaron y priorizaron seis soluciones y se preguntó a 600 jóvenes por su percepción sobre ellas.
Aquí quiero subrayar algo importante: no tenemos la verdad absoluta. Veréis —y esto es muy interesante— que algunas sugerencias, cuando se testan en términos de percepción, no gustan tanto como podríamos pensar. Hay que testar, y esto es fundamental. Antes de salir con una determinada solución o con determinadas políticas, probemos y testemos de manera rigurosa. Esa sería la fase 3 de piloto y escalado, de la que seguiremos hablando, pero para la que necesitaríamos también la implicación de las administraciones a fin de poder testear estas iniciativas.
Nosotros, al final, en entorno de laboratorio, hemos testado percepciones; pero, puesto que el ser humano no es un homo economicus, sabemos que las percepciones también tienen sus barreras. Por eso es necesario testar en campo.
…hacer determinadas cosas, hacer pilotos, que es el siguiente paso al que deberíamos ir. Yo voy a exponer aquí unas conclusiones y, a continuación, cederé la palabra a Alba, que ha realizado gran parte del trabajo. Yo ya no entro en el rango de hasta los 35 años al que me gustaría pertenecer; Alba, que está mucho más próxima, comentará también los resultados.
Antes de pasarle el micrófono, quisiera presentar uno de los modelos que hemos utilizado, el principal, porque resulta muy ilustrativo para entender cómo promover un comportamiento. Hemos utilizado el modelo COM-B, que, en síntesis, analiza si un comportamiento no se produce —por ejemplo, si una persona joven no emprende o no accede al mercado laboral— por un tema de capacidad (porque no sabe), por un tema de oportunidad (porque no puede, por barreras externas), o por un tema de motivación (porque no quiere o no ve el beneficio). Las respuestas, como pueden intuir, son completamente diferentes según el caso. Muchas veces se tiende a pensar que “hay que decirles más las cosas” o que “no se esfuerzan”, pero conviene distinguir si estamos ante un problema de motivación, de oportunidad o de capacidad. Un ejemplo claro de barrera de oportunidad son los obstáculos tecnológicos: no contar con la actualización correspondiente de Java para obtener el certificado digital, procedimientos complejos para quienes no han estudiado informática, etc. Nuestro objetivo es identificar y reducir estas fricciones. Hemos preparado un resumen ejecutivo de las principales conclusiones; Alba compartirá algunos mensajes y cerraremos con nuestra visión de futuro.
Gracias, Juan. Como decía, es complejo condensar todo, pero ofreceré una visión general de este primer diagnóstico, que procede tanto de sondeos de opinión como, sobre todo, de entrevistas en profundidad que nos resultaron fundamentales para entender distintas casuísticas. No es lo mismo encontrar una beca para dedicarse a la robótica que para ingresar en la carrera diplomática, y en el ámbito del emprendimiento el factor geográfico pesa mucho: no es lo mismo lanzar una aplicación en Madrid que abrir una carnicería en Logroño.
Dividiendo las barreras en capacidad, oportunidad y motivación, observamos, en primer lugar, en el colectivo de becarios —como adelantaba antes Miriam— un gran desajuste entre lo que viven en el sistema educativo y lo que se encuentran después en el mercado laboral. Esta brecha constituye una primera barrera muy relevante. Se suma, además, que a menudo reciben listados muy escuetos de ofertas de prácticas, con descripciones poco claras sobre en qué consisten y cómo acceder a ellas, lo que desde el inicio les coloca en una situación complicada. Incluso cuando intentan buscar por su cuenta oportunidades más alineadas con sus objetivos, se topan con más trámites burocráticos: necesidad de establecer nuevos convenios, retrasos y un papeleo adicional que recae sobre los jóvenes, ese escollo al que se refería Miriam.
En el plano de la oportunidad, persiste un problema conocido pero no resuelto: si no tienes experiencia no accedes a prácticas o becas, y si no accedes a prácticas no adquieres experiencia. Este círculo vicioso se enlaza con la motivación; es difícil separar los tres componentes porque la frustración que genera es considerable. Además, no siempre encuentran recursos para romper ese círculo. Nos encontramos con jóvenes de 25 años que no sabían elaborar un currículum vitae, algo que debería haberse trabajado en sus centros educativos. Falta orientación práctica para tomar decisiones informadas.
Por último, en motivación, nos llamó la atención que las prácticas curriculares obligatorias, con frecuencia, tienen el efecto contrario al deseado: se perciben como un trámite administrativo que hay que completar y poco más, restándoles valor formativo y profesional. Nos lo expresaban, literalmente, como un mero trámite.
“Me lo quito de encima y listo”. A muchos les daba igual en qué hacer las prácticas porque decían: “si cuando intento buscar algo que me interesa no sé cómo hacerlo y, cuando lo intento, no me dejan; hago las prácticas en lo primero que pille y me lo quito”. Esto es muy problemático y nos invita a reflexionar: si la gente se prepara así para entrar en el mercado laboral, tenemos un problema. Están desmotivados, se frustran con la situación y acaban optando por prácticas en lo más accesible, no en lo que más les interesa para su futuro.
Por el lado de los emprendedores, en materia de capacidades, algo que emergía de forma constante era la falta de formación: no existe una formación clara —y ya no hablemos de colegio o instituto— sobre cómo emprender; y, con excepciones puntuales, tampoco en otros centros educativos. La ausencia de esa formación, combinada con la dificultad de acceder a información sobre cómo montar una empresa, termina por desalentar: o bien abandonan la idea (“quizá emprender no es para mí”), o bien recurren a una gestoría o asesoría, con el coste adicional que ello implica para alguien que aún no sabe si quiere lanzarse con la idea que tiene.
En cuanto a las barreras de oportunidad, además de los problemas de financiación —tanto pública como privada, como recogía la macroencuesta de España Mejor—, aparecen otras muchas: la carga de trámites con múltiples administraciones, que se alarga en el tiempo; una rigidez normativa significativa; y una presión fiscal que, de forma reiterada, desalentaba la decisión de emprender. En las entrevistas no solo hablamos con quienes emprendieron, sino también con quienes no lo hicieron, para entender en qué punto se caían de la decisión; así fuimos identificando estos matices.
En el ámbito de la motivación observamos con frecuencia el síndrome del impostor. Dar más dinero a una persona que se siente insegura no sirve por sí solo; hay que ayudarla de otra forma: generar foros que le aporten confianza para dar el paso. Además, algo que nos repetían a menudo: en España, cuando una persona joven decía en su círculo que iba a emprender, la tildaban —cito— de “perro verde”: “déjate de tonterías, oposita, trabaja por cuenta ajena”. Esa percepción social, distinta a la que pueda existir en Estados Unidos, y el miedo al juicio del entorno, les desmotivaba y frenaba la decisión.
Concluido el diagnóstico, pasamos a la co-creación. Participaron 48 personas: 24 becarios y 24 emprendedores. Les pedimos que evaluaran del 1 al 5 su percepción del sistema actual. Resulta llamativo que los becarios eran ligeramente más optimistas —apenas un cinco—. Y el proceso de co-creación y deliberación en los talleres mejoró, en el caso de los becarios, su percepción del sistema. Son las mismas personas, antes y después, lo que sugiere que, en estos foros, podemos motivar más a las personas e identificar conjuntamente puntos de mejora y de acción.
Pues tampoco está tan mal; quizá existan otras cosas que puedo utilizar. Sin embargo, cuando miramos a los emprendedores nos encontramos lo contrario, lo que nos indica que estos procesos de deliberación también pueden hacer aflorar la sensación de que, con todo lo que podríamos generar y con todas las ideas que surgieron en el taller, qué poco tenemos, qué poco recibimos. De hecho, en este caso se redujo ligeramente la percepción positiva del sistema actual. Esto lo menciono para contextualizar desde qué punto partían las y los participantes.
Algo que nos hizo especial ilusión —y aquí está mi compañero David, que estuvo conmigo en los talleres— fue comprobar que disfrutaron mucho del proceso. Al volver a preguntarles cómo evaluaban el sistema, medimos tanto la agencia individual como la colectiva: la individual, en el sentido de hasta qué punto sentían que podían aportar al desarrollo de políticas públicas, y la colectiva, en términos de empoderamiento del grupo. En ambos casos los talleres incrementaron estos indicadores: salieron más motivados y con mayor sensación de poder influir en las políticas públicas. Por ello, generar estos foros es fundamental para promover y potenciar este sentimiento entre los jóvenes que, como comentaba Miriam, ya bastante tienen; ofrezcámosles espacios para que puedan aportar. La valoración de la co-creación fue muy positiva: obtuvimos un NPS elevado y, ciertamente, nosotros también lo disfrutamos mucho.
En cuanto a las soluciones, realizamos siete talleres en total. Surgieron alrededor de 35 propuestas, pero tuvimos que priorizar: les invitamos a votar y, finalmente, tanto para becarios como para emprendedores nos quedamos con tres. La razón por la que aparecen cuatro opciones en la comparación es que, cuando realizamos un experimento, incorporamos un control —una solución ya existente— para medir en qué medida aportan más valor las propuestas co-creadas. Comparamos, con 600 participantes, la percepción sobre estas opciones.
Por un lado, incluimos como control la plataforma Student Jobs para becarios, que ya existe y ofrece ofertas de trabajo y algunas autoevaluaciones para orientar la búsqueda. Las tres propuestas resultantes fueron: primero, una plataforma integral que aunara toda la información disponible sobre prácticas. Nos señalaban que tardaban demasiado tiempo en encontrar lo necesario; y eso es una forma de “sludge”, de fricción: si para reunir la información hacen falta tres horas, el sistema no está bien diseñado y conviene concentrarla en un único lugar de acceso. En segundo lugar, la creación de microprácticas. Muchas veces hay que decidir unas prácticas de un año sin tener claro qué se quiere; co-creamos la idea de microprácticas que permitan ir probando, algo potencialmente positivo también para las empresas si el encaje no se produce de inmediato. Y, por último, un “buddy” de prácticas: una persona acompañante que ofrezca mentoría y apoyo durante el proceso, tanto en la solicitud como en la realización de las prácticas.
¿Qué observamos? Antes de mostrarles cada solución, les preguntábamos por su intención de buscar prácticas; después de presentarla, volvimos a medir esa intención. En los cuatro casos —incluso en la solución ya existente— la intención aumentó de forma significativa, por encima del 10% en todos los casos, y en el de las microprácticas un 18,7%. De nuevo, como decía Juan, esto es intención: ahora hay que llevarlo a cabo y testarlo en campo para verificar si se traduce en cambios de comportamiento. Aun así, es un resultado muy positivo. Lo mismo comprobamos con la utilidad percibida de las soluciones, que se situó siempre por encima de 5 sobre 7.
Y ya en el caso de los emprendedores, de nuevo utilizamos una plataforma ya existente, la plataforma PYME, que ofrece numerosas herramientas y recursos. Es una plataforma pública que acompaña desde el proceso de ideación hasta el crecimiento de la empresa. De hecho, nos llamó la atención lo bien que estaba y nos preguntamos si la gente sabía que existía. Además de esta plataforma, generamos una plataforma integral: los costes de búsqueda, tener que localizar información dispersa, eran un problema tanto para becarios como para emprendedores. Era algo que les hacía perder mucho tiempo que podrían estar invirtiendo en desarrollar su idea y aportar más valor a la sociedad, lo cual es grave. Si podemos ofrecerles un espacio que aúne toda la información, sería muy conveniente. En tercer lugar, propusimos lo que llamamos el “Tinder emprendedor”, porque muchas veces les costaba encontrar vías de conexión. La idea era reunir a emprendedores, inversores y otros colaboradores en una plataforma donde pudieran ponerse en contacto y ayudarse en diferentes puntos del proceso de emprendimiento. Y, por último —esto surgió reiteradamente en los talleres—, el apoyo emocional. Muchos emprendedores nos contaban que se sentían muy solos; es un proceso complejo que exige muchas horas y que a menudo desmotiva y conlleva elevados costes emocionales. Por eso, planteamos un espacio de apoyo emocional para mitigar esta situación.
En cuanto a los resultados, observamos que en los cuatro casos aumentaba el porcentaje de intención de emprender. Lo más llamativo fue que el mayor incremento se produjo con la plataforma PYME, ya existente, en un 16,2%. Esto nos indica que, al menos en el caso de los emprendedores —y probablemente también, aunque en menor medida, en el de becarios—, existe una brecha tremenda: si tenemos algo que está bien, que aporta valor y se percibe como útil, pero la gente no sabe que existe o no llega a ello, ¿de qué sirve? Cuando generamos cualquier iniciativa, pública o privada, si no se facilita el acceso, quizá no haga falta inventar cosas muy novedosas; es más importante reducir las barreras para llegar a esas soluciones. Y ya os dejo con Juan, que os contará.
Gracias, Alba. Simplemente por reforzar el último mensaje, que me parece lo más importante que hemos aprendido. Es mucho más atractivo crear cosas nuevas, lanzar proyectos e invertir, pero muchas veces ya existe una solución que, por acumulación de barreras, resulta imposible de usar. Quitar barreras no es tan “sexy”. Creamos la plataforma —que seguro ha costado mucho esfuerzo y dinero— y nos olvidamos de la última milla, la que determina si un comportamiento ocurre o no. Como decía antes: si para acceder hay que actualizar el programa no sé cuánto y hacer varias gestiones, muchos dicen “mira, no, no accedo”, y ahí muere la solución. En ambos casos hemos visto dos propuestas que gustan mucho, pero a las que la gente no accede. Por eso, quedémonos con el concepto de las barreras cognitivas y de las fricciones a la hora de que un comportamiento se produzca; tiene que haber equipos pendientes de detectarlas y eliminarlas para que el comportamiento ocurra.
Como veis, el camino ha sido riguroso: se hizo el diagnóstico conductual, la co-creación, el diseño y el testado en laboratorio. Ahora nos gustaría poder replicar y escalar todo esto. Los tests de laboratorio, como sabéis, tienen validez interna desde el punto de vista de la rigurosidad, aunque quizá no tanta validez externa o de réplica en otros contextos. De hecho, uno de los retos de la disciplina es la replicabilidad de estos hallazgos. Por ello, y ya por cerrar, el siguiente paso es no quedarnos aquí tras todo este esfuerzo, sino ver cómo podrían las administraciones incorporar estos conocimientos en la aplicación de políticas públicas. Y creo que lo que viene en la agenda nos ayudará a responder a esta pregunta. Muchas gracias.
Muchas gracias, Juan y Alba, por exponer tan claramente los resultados de esta iniciativa pionera que hemos liderado desde España Mejor. Esperemos que las administraciones tomen buena nota para poder seguir adelante con metodologías como la de la ciencia del comportamiento. Uno de los mayores expertos a nivel internacional, lo decía Miriam al principio y ya lo tenemos en pantalla, es el profesor de Harvard, Cass Sunstein, que ha sido también asesor de los presidentes norteamericanos Obama y Biden, con quien Miriam ha tenido el placer de conversar esta semana. Le hubiera encantado estar hoy aquí, nos lo dijo expresamente, pero está en Ítaca y son las cinco de la mañana allí, así que hemos acordado grabar la entrevista. Si les parece, la escuchamos.
Estamos aquí con Cass Sunstein, que es una de las máximas autoridades en la ciencia del comportamiento y su aplicación a la regulación. Es coautor de Nudge y estamos muy afortunados de que haya aceptado ser entrevistado hoy desde Estados Unidos. Su notable trabajo ha demostrado algo que nos interesa mucho: que si eliminamos la fricción —lo que él denomina sludge— es mucho más fácil acceder tanto a la ayuda como a las oportunidades.
Bienvenido, Cass. Queremos entrevistarte en el contexto, como sabes, de un proyecto en el que nos has ayudado: el proyecto Imagina, donde hemos intentado unir dos cosas: la ciencia del comportamiento y un proceso de co-creación de soluciones basadas en esa ciencia con jóvenes. Imagina nació porque empezamos escuchando a los jóvenes y nos dijeron que no solo querían recursos, querían oportunidades, y querían que esas oportunidades fueran lo más fácilmente accesibles posible. Iniciamos una fase de análisis de las barreras que estaban encontrando en dos ámbitos: cómo fomentar el emprendimiento y cómo tener más acceso a experiencias prácticas, a las prácticas profesionales. Analizamos barreras visibles —procedimientos complejos, información escasa, etc.— y también las invisibles —el miedo al fracaso, la falta de educación en la asunción de riesgos—. Después pasamos con ellos a definir soluciones: ¿podéis ayudarnos a concretarlas? Hemos puesto en marcha soluciones para abordar esas barreras y, además, algo muy interesante que hemos observado en el proceso es que, simplemente participando en esas discusiones, los jóvenes nos decían que había aumentado su confianza en sí mismos y que sentían que “sí, podemos, podemos hacerlo”. Con todo este contexto en mente, ¿puedes explicarnos de forma muy sencilla qué es la ciencia del comportamiento y cuáles son los beneficios de observar el comportamiento real de las personas reales cuando se diseña una política pública?
Gracias por la invitación; es un verdadero honor hablar con ustedes y con quienes nos están escuchando. Es muy inspirador lo que han hecho con los jóvenes y con la ciencia del comportamiento en el debate público. La ciencia del comportamiento es, en esencia, la ciencia del comportamiento humano. En los últimos cincuenta años hemos aprendido más sobre cómo se comportan las personas de lo que sabíamos antes. Sabemos, por ejemplo, que la gente da mucha importancia al corto plazo: el hoy importa de verdad; el largo plazo es como un país extranjero al que no estamos seguros de si llegaremos a visitar. Sabemos que la atención es limitada: el número de cosas que nos importan es mayor que el número de cosas a las que podemos atender. Sabemos también que, y esto es bueno, tendemos a ser optimistas, en promedio; es propio de nuestra especie y es deseable. Si uno vive con miedo constante o con pesimismo, probablemente las cosas no van a salir bien; pero ese optimismo puede llevar, a veces, a cierto irrealismo sobre las situaciones. Y también sabemos, por la ciencia del comportamiento, que si existen barreras al emprendimiento, a la innovación, a aprovechar oportunidades; a hacer cosas en el sector privado que pueden crear crecimiento económico, o en el sector público que pueden proporcionar a la gente tal vez un poco de...