Otros Debates presidenciales

Otros - Debates presidenciales - 11 de noviembre de 2025

11 de noviembre de 2025
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Contexto de la sesión

Este lunes 10 de noviembre será el esperado último debate presidencial de los 8 candidatos y candidatos a La Moneda. La instancia será transmitida por TV al ser organizado por la Asociación Nacional de Televisión (Anatel). En dependencias de Televisión Nacional de Chile (TVN), se verán las caras por última vez previo a la primera vuelta y elecciones del 16 de noviembre los 8 aspirantes: Franco Parisi, Jeannette Jara, Marco Enríquez-Ominami, Johannes Kaiser, José Antonio Kast, Eduardo Artés, Evelyn Matthei y Harold Mayne-Nicholls.

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Este lunes 10 de noviembre se realizará el esperado último debate presidencial de las ocho candidatas y candidatos a La Moneda. La instancia será transmitida por televisión y está organizada por la Asociación Nacional de Televisión (Anatel). En las dependencias de Televisión Nacional de Chile (TVN), los ocho aspirantes, Franco Parisi, Jeannette Jara, Marco Enríquez-Ominami, Johannes Kaiser, José Antonio Kast, Eduardo Artés, Evelyn Matthei y Harold Mayne-Nicholls, se verán las caras por última vez antes de la primera vuelta, prevista para el 16 de noviembre.
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Hubo salidas institucionales, y la gente siguió creyendo que la salida institucional más o menos sirve. Pero esas salidas fueron, en el fondo, no salidas. Y aun así la gente dice: “bueno, no nos volvamos locos”, aunque cada cierto rato se desordena un poco y entonces aparecen figuras nuevas. Aparece el jugador nuevo que, obviamente, no tiene ninguna posibilidad porque es nuevo y porque esto no funciona así, hay que subir escalones; y aparece un Kaiser, en este caso, como en su momento fue Parisi, y mucho tiempo atrás Marco, y entre medio Beatriz. Todos esos jugadores llegan y modifican el escenario. Esa es la parte interesante de lo que está pasando. Efectivamente, es una época de incertidumbre; yo agregaría una palabra más terrible: confusión. Las personas se sienten confundidas frente a un mapa que les cuesta entender. Cristóbal: Yo quisiera aportar un ángulo distinto. Creo que esta es la elección de la derecha, sí o sí. Este es, a mi juicio, el mejor año de la derecha en términos presidenciales desde 1946, cuando Alessandri y Cruz-Coke —mi bisabuelo—, hablando de primera vuelta, sumaron 57. La pregunta es cuánto van a sumar este domingo. ¿Van a sumar más de 50, como dicen muchas encuestas? Alberto también dice más de 50. Yo creo que 57 va a ser más o menos. Ese escenario ya configura que esta es la elección de la derecha. Hay que recordar que Piñera con Lavín, en la primera vuelta de 2005, sumaron 49; ese había sido el mejor momento presidencial de la derecha. Yo creo que este año lo van a pasar. Y, segundo, creo que hay dos votos en la papeleta del domingo: el presidencial y el parlamentario. Nosotros concentramos toda la discusión en la presidencial, y la parlamentaria es igual o incluso más relevante. Ahí, creo, está mucho en juego en la última milla. Hay gente que se está posicionando en Atacama, en Aysén; veremos qué señales darán los candidatos hacia esas zonas. Pero, independientemente de la discusión presidencial, creo que será Kast quien pase a segunda vuelta. Ahora, cada uno tiene sus opiniones. Pienso que a Kaiser no le va a dar para alcanzarlo: va a estar cerca; le va a faltar partido, le van a faltar como dos semanas… quince minutos de partido, más o menos. Con todo, Kaiser se posiciona en una pole position para los próximos cuatro años; va a ser un problema en la segunda vuelta y va a ser un problema para un eventual gobierno de José Antonio Kast. Ese es el estado en que llegamos a este debate. Y para dar mis dos centavos sobre lo que creo que va a pasar: si Kaiser lo quiere, tiene que pelearlo. Hoy tiene una oportunidad. Si quiere pasar a segunda vuelta, debe jugarse algo hoy día; no puede quedarse haciendo lo mismo que hizo en ARCHI. A eso quiero ir: el tema del debate. ¿Cuánto se juegan? ¿Quién se juega más y quién menos? Estuve leyendo varias entrevistas el fin de semana que señalan que los debates tienen efecto, pero a corto plazo. Y aquí el corto plazo es hasta el domingo: el domingo son las elecciones. Una buena ficha jugada ahora puede ser decisiva. ¿Cómo lo ven ustedes? ¿Quién se juega más, quién se juega menos? A ver, partiría haciendo una precisión a lo que decía Cristóbal. Efectivamente, esta es la elección de la derecha; no cabe duda, y tendría que pasar algo muy raro para que el próximo presidente no fuera de ese sector. Sin embargo, con la irrupción de Johannes Kaiser, si efectivamente fuera él quien pasara a segunda vuelta, las posibilidades de Inés de Jara cambian radicalmente. Una segunda vuelta Kaiser–Jara es radicalmente distinta para la izquierda que cualquiera de las otras dos alternativas. Yo creo que es muy distinto, y es donde Inés de Jara tendría más posibilidades. Además, se activa otro elemento: el voto útil. La irrupción de Kaiser ha potenciado la sensación de que el voto ya no es solamente por “mi” candidato, sino por un proyecto de país. La pregunta —y me encantaría oír opiniones— es quién se beneficia con eso. En principio, pensaría que es Kast: ante la posibilidad de que Kaiser pase, habría que asegurar a un candidato, y como ese candidato va, en principio, ganando, debería apoyarse ahí. Hay otras teorías que indican lo contrario: que se apoya más bien a Matei, quien sería —o parece— más competitiva. Esas condiciones marcan este debate. Y creo que Kast y Matei no van a arriesgar demasiado, porque cualquier error es demasiado caro. En cambio, Kaiser no tiene nada que perder y, por tanto, creo que va a ir…
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A confrontar a Kast, sí, con firmeza. El punto es que este debate es un “momento mamífero”. ¿Por qué? En política, la primera lección de teoría política siempre debiera explicar que somos mamíferos: controlamos territorio y mostramos nuestra fuerza de manera simbólica para evitar la guerra. Decimos: yo soy más fuerte, tú no podrás pasar. La campaña —la única parte que, a mi juicio, ha sido verdaderamente exitosa en todo el periodo de Kast— ha sido precisamente esa: mostrarse como el más fuerte. Lo interesante es lo que aparecía en las encuestas: en la misma medición donde Kast marcaba X, cuando a las mismas personas se les preguntaba cuánto creían que iba a sacar Kast, respondían X más 10. X más 10, versus Matthei que tenía X más 0 (justo), y Kaiser que tenía X menos 5; es decir, sacaba más de lo que la gente creía. Eso te perjudica mucho. En ese ajuste, Jara también aparecía un poco por sobre lo que la gente esperaba. Eso favorece el llamado voto útil: la gente busca algo que funcione. Ahora, el problema es la distancia y el nivel de riesgo percibido. Si uno mira la media —y esto no lo analizan los medios, además de que son bolsones distintos—, la media de peligrosidad de los candidatos, en el caso de Kast y en el de Kaiser, en el último tiempo casi se igualó. Kaiser logró volverse más “normal”; la gente se acostumbró, por decirlo así, y ya no se ve tan peligroso. El orden de riesgo de los cuatro principales es que Kaiser tiene más riesgo, pero no tan lejos está Kast; y entre medio de los dos está Jara. Muchos pensaban hace un tiempo que Kaiser “licuaba” un poco a Kast, que lo atenuaba. Lo licuó algo, pero al otro lado estaba Matthei. Si estuvieran solo esos dos, Kast estaría súper licuado; pero como está Matthei al otro lado —y Matthei ha sido enfática, también en la puesta en escena, en decir: un momento, yo con usted no; de hecho, me cae mejor este otro—, eso le complica. Al punto que, durante el proceso, el nivel de riesgo percibido de Matthei bajó sistemáticamente, mientras que el de Kast subía y bajaba, siempre en duda. Entonces, sí, Kast tiene menos riesgo que Kaiser; pero, ¿es suficiente como zona de protección? Una pregunta técnica: esa relación entre lo que Kaiser marca y lo que la gente cree que marca, ¿ha ido cambiando? No puedo decirlo, porque se me ocurrió medir ambas cosas solo en la última. Habría sido interesante ver la variación. Me di cuenta, conversando con mucha gente, de que había una sensación instalada: “tal va a ganar, tal va a ganar”, y mis números no cuadraban con algo tan claro. Entonces decidí medirlo. Y lo que aparece es que, suponiendo incluso que mi encuesta estuviera mala, es la misma encuesta la que dice… Se gana Vegara. Supongamos. Pero es la misma, y la estás comparando dentro de sí: la misma gente que declara un resultado piensa que ocurrirá otro. Eso es muy interesante desde el punto de vista de las expectativas. Ahora, ojo: no recuerdo en la encuesta de Alberto la pregunta de expectativa de “quién cree que va a ganar”, pero al menos en la CADEM y en la Criteria, Kast sigue arriba y no ha caído: en las últimas ocho semanas se mantiene entre 35 y 38. Entonces, es verdad que ha bajado la votación de Kast, pero la sensación de triunfo se mantiene. Y la evidencia en Estados Unidos muestra que es mejor predictor de quién gana la elección no la intención de voto, sino quién cree que va a ganar.
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¿Por qué? Porque la evidencia muestra —yo me guío por la evidencia económica— que, cuando te pregunto “¿quién crees que va a ganar?”, piensas en tu círculo: de mis diez amigos, yo voto por uno y los otros por el otro; como ellos son mayoría, el otro va a ganar. Entonces, acepto que yo voto por un candidato, pero sé que en mi círculo cercano predomina otro. ¿Puede ser suficiente para cambiar comportamientos? Por supuesto. Pero, volviendo al planteamiento de María José sobre el voto útil o estratégico, es muy difícil medirlo y, al menos en mi lectura, no es muy relevante. Ahora, claro, si Kast y Kaiser están a 900 votos —como cuando Parisi le ganó a Sichel—, ahí el voto útil puede ser relevante. Por ejemplo, en la última medición que hicimos, desde que la empezamos a medir tras ganar la primaria, marcaba siempre lo mismo: a veces subía un poco, a veces bajaba un poco. En la última, ya a un mes y antes de la veda, por primera vez la vimos bajar alrededor de dos puntos. Eso no había pasado: oscilaba dentro de su piso, que era bastante bueno. Bajó. Y uno dice: ahí hay una absorción; llamamos absorción a cuando, al final del proceso, quienes estaban indecisos se mueven hacia lo que llamamos voto útil: “¿sabes qué? me voy”. Pero lo que aparece es que eso no se fue a Kast; se fue a Matei. ¿Tiene algún sentido la veda? No. La veda no tiene sentido. ¿Tiene sentido, en el fondo, pasar dos semanas sin conocer ningún número —quién gana, quién pierde— en esta época en que todo nos llega de alguna forma y las encuestas siguen circulando? Recojo el punto, pero diría que la veda intenta atacar un problema real de la peor manera posible. ¿Cuál es ese problema? Que las encuestas generan percepciones de probabilidades de triunfo. Si ves encuestas que muestran que tales y tales ganan, la gente tiende a ir para allá. Además, existe el incentivo de sacar una encuesta grande, asociarla a un medio y mostrarla, porque conviene más y le da visibilidad: sales como pyme encuestadora. Eso incentiva una situación compleja que podría alterar el proceso democrático. Ahora, la solución de quitarles información a los electores para que sea más justo va contra el principio mismo de elegir. Es lo más absurdo que se puede hacer, porque la información llegará igual y, además, no habrá lo que debiera existir: debate público —por ejemplo, entre encuestadoras— para que la ciudadanía forme su propia opinión. Esto es muy importante porque las encuestas y sus cambios muestran que esta elección se juega mucho en las emociones, y las emociones tienen que ver con la puesta en escena, los tonos de voz, la ropa, la actitud. Si uno mira, ¿quién maneja mejor lo emocional? Creo que Kaiser lo maneja muy bien. Suena violento, pero “mamífero”; está, en el fondo, marcando territorio. En el debate anterior, Matei lo dijo incluso: “me vestí de la misma manera porque ustedes, la gente, me lo pidió”. Y Jara llegó con una chaqueta blanca exactamente igual. Imagínese: la ropa que usan, sobre todo las mujeres, está muy pensada; no es algo que se decida en la mañana. ¿Y los hombres? Los hombres, claro, se ponen lo que tienen… la corbata. Yo me pongo el terno que sea. A ver, Marco no: tiene zapatos de charol que brillan y se ven a kilómetros. Desde el podio se ven los zapatos; quizá los calcetines. Y acuérdense de Boric: Boric cambió el look completo; la barba...
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Aunque no llevaba corbata, el peinado era llamativo. Está llegando la candidata Matthei; la estamos viendo. Se ha cambiado: se quitó la chaqueta y luce un chaleco blanco con rayas doradas. Están mirando hacia afuera. Alberto, por favor, córrese un poco; la están tapando. Lo podemos ver aquí en el monitor. Tengo entendido que el peinado se mantiene. Pasamos del análisis político a la moda del día, con Beatriz Vicencio. Probablemente tendrá que ir a cambiarse. Sí, creo que sí: llega, entra, y en otras ocasiones ha venido con una tenida distinta. Esto empieza en dos horas más. Tiene que ir a buscar los votos de Jara. ¿Ya sabemos cuál será el color? ¿Cuál sería el color? Para quienes nos ven en la imagen, aquí están recibiendo a los candidatos: Pablo Vidal; Juan Diego, de Anatel; Juan Diego Carretón, de TV+; Jaime Gammuri, presidente del directorio de este canal; Cristian Núñez, de Canal 13; Juan Ignacio Vicente, de Televisión; Enrique Almonte, de TV+; Diego Karic, de Anatel; Carolina Schvager, presidenta del directorio de Canal 13; Marcelo Bandorfo, de La Red; y nuestra jefa, Susana García, de TVN. Buena comitiva. Tremenda comitiva. Ahí vemos justamente a la candidata Matthei; a mi juicio, todavía no está con su look definitivo.
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— ¿Cómo explican el fenómeno de Franco Parisi? En la elección pasada obtuvo 12,8%, haciendo campaña desde el extranjero; hoy lo hace en Chile. — El norte. — ¿Solamente el norte? — El norte es muy importante para él. Chile se “nortizó” en el último tiempo: la crisis que se veía en el norte —migración, crimen organizado— se extendió al resto del país, fue como una gangrena que avanzó. Pero hay un dato: de La Serena al norte es apenas el 15% del padrón; si obtuvo 12,8%, para llegar a esa cifra necesitó votos en todo el país. En la Quinta Región también tiene apoyo. — Yo creo que Franco Parisi, además, es un populista de manual. Y no lo digo para menospreciar al votante. — ¿Qué es un populista de manual? — En sencillo: quien ofrece soluciones simples para problemas complejos. No depende del tema —casi todos los temas pueden abordarse de forma populista o no— y no tiene que ver con mirar en menos al elector. El votante opta por quien le ofrece la solución que percibe como más viable para sus problemas. Cuando se simplifica al máximo, estamos ante populismo. — Aun así, él apela a un segmento aspiracional: personas que sienten que el modelo económico no las ayuda tanto como a otros. — Sí, y aunque es un economista que no viene “de fuera” del sistema, capturó ese nicho. Impresiona que siga marcando; veremos si repite la votación, pero el partido se desintegró, sus diputados ya no están. Es notable que el fenómeno persista: populista, pero también aspiracional, con la promesa de una solución económica. — “Enchular la vieja”, como decía su eslogan. — Exacto. Si marcara sobre 10 y llegara a 12 o 13 sería mucho; yo creo que puede sacar 6 o 7, que igual es bastante después de todo lo que ha pasado, incluido lo del “papito corazón”, que fue muy duro. — Es, ante todo, un buen candidato, porque comunica bien. En su momento se inventó una especie de “Bonvallet de la economía” y lo hacía muy bien: una puesta en escena sólida, entretenía, tenía gran capacidad narrativa. Lo vi en teatros y otros lugares. — A mí me tocó entrevistarlo en la universidad hace unos 20 años. A Franco Parisi lo conocí mucho: era vicedecano de la Universidad de Chile y, en su oficina, detrás tenía un armario; elegía la camisa para la entrevista y se vestía ahí mismo. Uno pensaba: estoy entrevistando a un profesor, pero con una preparación escénica muy consciente. La ropa era un tema; tenía trajes, camisas, corbatas. Sabía presentarse. — Eso es clave hoy: en un mundo muy performático, los buenos candidatos tienen gran sentido del espectáculo. Johannes Kaiser, por ejemplo, lo tiene; genera un aura y controla la escena. Parisi también lo logró. — Ahora, su campaña más reciente me gustó menos. La anterior fue muy buena. En esta se le notaba desconectado de la realidad chilena; cuando debía entrar al detalle, a veces citaba ejemplos de Alabama. Su problema es estar en Alabama; no es su virtud. — Con todo, tiene algo valioso, que también tuvo Sebastián Piñera —y, en otra clave, Kaiser—: deja clarísimo que quiere el cargo. Quiere hacerse cargo. A la gente le gusta eso. Muchos candidatos todavía posan como si los fueran a “buscar” por espíritu de servicio público y todo ese garbo; él, en cambio, muestra ganas de asumir. — No sé si comparten, pero mi impresión es que la franja pecó por exceso.
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Fue un exceso: la franja terminó ironizándose a sí misma con tanta inteligencia artificial. Ahí viene Johannes Kaiser; mira cómo camina. Ese es el espectáculo. Camina con prestancia, casi como jefe de la mafia —no porque lo sea—, con esa postura de “estás entrando en mi territorio, la familia”. El público queda congelado mirando el televisor. Yo creo que Kaiser es el gran ganador de este proceso electoral. Para mí ha sido una sorpresa. ¿En los últimos 100 metros o en todo el proceso? Tiene algo de lo que tuvo MEO en 2009, cuando remontó desde mayo, y de lo que vivió Frey —yo trabajé en esa campaña—: terminaron con nueve puntos de diferencia, pero hubo un riesgo y un nerviosismo brutales. Me da la impresión de que él lo dejó para el final. No sé si fue planificado; tuvo suerte, aprovechó la pelea entre Kast y Matei y ahí se metió. En los debates, a mi juicio, es el que mejor lo hace: se nota que lo pasa bien y no tiene nada que perder. Va, dice “esto es lo que opino”, te guste o no te guste. Eso captó una sensación en un electorado que percibe a Kast y a Matei como más “amarillos”. ¿Es un voto enrabiado? La gracia es que él cambió. Partió con un voto casi calcado al de Parisi; hace cuatro meses eran como gemelos: ambos apocalípticos, con ese colapsismo de “que todo se vaya al carajo para que nazca algo mejor”. Primero tuvo un voto mileísta, luego se fue a esa lógica apocalíptica. Y hubo un momento en que bajó mucho; eso era muy difícil de defender. Entre febrero y marzo sube muy rápido y alcanza a Matei en nuestra encuesta. Es interesante, porque el sistema en la derecha funciona así: si el pivote del sistema es Matei, el pivote en la derecha es Kast; la bisagra. Cuando sube Kast, bajan Matei y Kaiser, y Kaiser baja muy rápido si Kast sube muy rápido. Y viceversa: cuando Kast baja, Kaiser sube muy rápido. Él llegó a estar en 8, y cuando ya entras en esa curva de bajada, recuperarte es casi imposible: la gente te vio caer y es de lo peor, cuesta mucho reconstruir el clima. ¿Esta subida final fue planificada o espontánea? Tuvo la capacidad de resistir el chaparrón y, luego, la habilidad comunicacional de salir a decir “yo no me siento perdedor”, que es muy difícil. En el fondo, al comando de Matei le pasó que comunicó muy mal eso. Sirve el ejemplo que ponía Cristóbal: Frey con Marco Enríquez. Marco se tomó el sistema y todos pensábamos que sacaba un montón. A mí me contrataron en ese tiempo unos españoles para hacerle una encuesta; él no supo que la hice yo. A nosotros nos daba la diferencia que finalmente salió, pero ellos estaban convencidísimos porque el clima en la calle era brutal. Para un ejemplo actual: nosotros hacemos alrededor de 3.000 casos para obtener 600. Si corto los primeros 600 que contestan, Kaiser gana en primera vuelta; le gana a Jara, le gana a todos. ¿Por qué? Porque esos primeros están motivados, enfervorizados. A Matei le pasa que su votante no está enfervorizado; no es el primero que se manifiesta. Para nada. En el mundo de la derecha decirlo ya es fome, y en el de la izquierda es un pecado. Esos votantes existen, están, pero efectivamente ahí hay un problema.
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Apareció en su momento. Entonces puede aparecer. ¿Puede o va? Puede, porque el problema que hay es que, si tienes tanta alternativa por la derecha y te están diciendo que no tiene opción, hoy todos tienen que transmitir viabilidad. En el caso de Kast, no la viabilidad para ganar —que la tiene—, sino la viabilidad de gobierno, que se le ha ido cuestionando. Yo no sé si la gente valora los equipos, la gobernabilidad. Esos 40 economistas detrás... ¿distingue la ciudadanía? Quizás ven una nebulosa entre Matei, Kast y Kaiser, identificando, sí, que Kaiser es el más duro, que Kast es el de 2021 y que Matei queda un poco entre Tongoy y Los Vilos. Eso favorece a Kaiser, porque es el más claro de los tres. También percibo un cambio de estrategia en Kaiser. Hace dos fines de semana, en la entrevista a La Tercera, por primera vez criticó directamente a Kast. Cuando Kast dice que la batalla cultural no corresponde, Kaiser responde que hay que dar la batalla cultural. Creo que tiene razón, y además adoptó un enfoque más mileísta. El gobierno de Boric se planteó en esos términos; ¿por qué ceder ese terreno a la izquierda? Como candidato de derecha, estratégicamente tiene sentido, en temas valóricos y otros. Sabe que tiene costos —lo vimos con Kast en 2021—, pero ahí le marcó un paralelo a Kast. Pensé que Kast le iba a contestar. Y, ojo, creo que sí: lo de los vidrios blindados es una respuesta a Kaiser, aunque se leyó mal. Podemos discrepar de la estrategia, porque nadie se la aconseja. Kast también debe estar nervioso; si se equivoca, le van a pegar. Puede haber tensión entre Kast y Kaiser hoy en la noche, en el sentido de que Kast tiene que mostrar mano dura, y no solo Kaiser. Si no, puede pasar que, aunque gane, Kaiser termine dos puntos abajo, quede como la voz dura y, en la práctica, él termine mandando. Agrego dos cosas. La subida de Kaiser tiene que ver con la exposición: la franja y los debates lo han posicionado bien. Pero, debajo, hay algo más: desde la neurociencia y los sesgos, hoy los acuerdos, si bien son valorados —uno mira encuestas y la gente dice que prefiere que quienes los representan lleguen a acuerdos—, ese proceso es lento. En cambio, la firmeza es rápida, eficiente y se entiende mejor. Eso ha hecho bien Kaiser: jugar a la eficiencia en el tono y en la manera; eso transmite rapidez y, en el fondo, credibilidad. Jóvenes, ¿tenemos comentarios de la audiencia? Si los pueden mostrar en pantalla: preguntas, sugerencias. ¿Lo tenemos, Felipe? A ver, la magia de la televisión... Todavía no llega. Va en camino. Ya, vamos a tener la pregunta. Mientras tanto, volvamos a la agenda valórica, que puede ser tema importante hoy. Efectivamente... Perdón, Marisol: la gente estaba preguntando por la votación de Ulloa. Hoy se votó en el Senado la acusación constitucional contra el juez de la Corte de Apelaciones, Antonio Ulloa, y fue destituido. ¿Es un factor? Yo creo que más de alguno lo va a aprovechar. Kaiser, que viene diciendo que hay que reformar la Fiscalía y el Poder Judicial, va a afirmar que esto es otra evidencia de que tiene el diagnóstico correcto. Matei salió a decir que, si asume, convocará una comisión investigadora, etcétera. Es un tema. El segundo juez fue Sergio Muñoz, pero por otras razones. Más un tema político lo de Muñoz que la acusación misma, creo yo. No sé si el caso específico, pero la sensación de corrupción, sí: evidentemente sí. Se contaminó la Corte; la sensación de que el Poder Judicial está corrupto. Ese framing... Ahí está, mira, ahí está. Y que también se pregunte por la votación en la destitución de Ulloa: eso es justamente lo que estamos conversando. Por supuesto. Es Poder Judicial, y espero que hoy los candidatos aborden el problema del nombramiento de jueces y la confiabilidad de las instituciones. Porque una democracia en la que la ciudadanía —con razón, además— cree que hay un sistema institucionalizado de corrupción, tiene un problema, un germen gravísimo. Y eso, obviamente, es algo que deberían aprovechar todos los candidatos de derecha.
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Eso de la hoja en blanco, en lo suyo, puede aprovecharse muy fuerte. Más que obvio: el caso Hermosilla, el caso Muñeca Bielorrusa. Sí, o sea, corrupción, Poder Judicial, eso. Lo que pasa es que hay una cosa muy interesante para evaluar cuándo una crisis va a ser más grande: cuando se convierte en un concepto coloquial, cuando aparece algo, un sello, que la vuelve completamente social, incluso entretenida, morbosa. ¿El concepto de Muñeca Bielorrusa? La Muñeca Bielorrusa. Uno se imagina cualquier cosa. O sea, que partiste con las grabaciones de Hermosilla y terminas en la Muñeca Bielorrusa, ya es una historia en sí misma. Esa narración queda pegada en casos que tienen una inercia particular. ¿No lo trivializa? No, al contrario, esa es la gracia. La gracia de la crisis es cuando la cantidad de energía que hay en el sistema es tan grande, tan irritativa. Viene llegando el profesor Artés. Ah, mire. Sin corbata. Sin corbata. Sí, pero no sabemos si es la… Es verdad, no sé si él ocupa corbata. Me pregunto: lo tuvimos la semana pasada, el candidato llegó y tú tuviste un hermoso entrevero con él, que me terminó calificando de capitalista. Yo solo le pedía que le pusiera números a su proyecto. “Números”. “No, no, eso es de capitalista”. Tengo una pregunta. En otros países, sobre todo en Estados Unidos, para entrar a un debate hay que marcar cierto porcentaje en las encuestas. ¿Por qué no tenemos algo así? Por último, un promedio con cierta metodología. Que lo haga una entidad y que con eso se decida. Oye, yo después del último debate dije exactamente lo mismo. A mí me parecía que candidatos que marcan, no sé, un 3, menos del 5%, están en una competencia completamente diferente. La línea de corte podría ser 5%. La línea podría estar ahí, donde está Parisi. Parisi, Kaiser —no estoy diciendo el orden, eso es indiferente—, Jara, Matthei y Kast. Pero, Andrés, mira: los que están bajo el 5%, por decirlo así, es muy difícil. Al final se perjudica al elector, porque no sabe cuáles son las ideas y las preguntas terminan con ocho opiniones. Y además creo que están en otro juego. Cuando tú estás jugando, tienes que tener a los candidatos jugando el mismo juego, porque esa información es relevante. Si Artés, bien, muy bien que sea candidato, pero su discurso —que además me parece totalmente extemporáneo— es provocador y ni siquiera es capaz de provocar a Jara, por ejemplo, que habría sido su contendora. Nada. Yo pensé que iba a intentar lo mismo de Kaiser con Kast; Artés con Jara: nada. Entonces ni siquiera aporta a poner en juego a la candidata. Por eso mismo, y aunque suene duro, hay un tiempo acotado; hay una ciudadanía que usa los debates para informarse y necesitamos un marco que lo haga posible. Seguimos siendo muy de buena forma. Siguiendo el modelo de los estadounidenses, se establece un corte. Tienen programas que son unitarios: en esos programas van todos; en la franja están todos. Quizá en el primer debate pueden estar todos. Y después se corta: efectivamente siguen los que suben. “Esto es antidemocrático”. Bueno, entonces subamos el número de firmas para ser candidato a presidente. No es antidemocrático si estableces las reglas del juego antes —por supuesto que no durante— y asumimos que, por el bien de la democracia, de la deliberación de las ideas y de que los ciudadanos puedan informarse de las propuestas, necesitamos un marco de tiempo y ciertas capacidades. A mí no me parece en absoluto antidemocrático. Antidemocrático sería si lo hiciera yo durante la elección. Otro tema: el votante obligatorio. No podemos comparar esta elección con la de 2021, que era con voto voluntario. ¿Cuánto mezcla, cuánto complica? ¿Quién es ese votante obligado, Alberto? Muchos han dicho: no, este vota por Kast, vota por Parisi, decide su voto el último día. ¿Quién es el votante obligado para ustedes? A ver, yo creo que hay que hacer distinciones, porque es cierto que hay una diferencia de perfil importante: en principio no tiene interés en votar. ¿Es apolítico? Claro, son más apolíticos y, eventualmente, ese apoliticismo puede tener dos características distintas: una puede ser más bien una indiferencia y otra puede ser todo lo contrario.
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Hay una intensísima energía disruptiva: antes el que no votaba era el indiferente, el “no estoy ni ahí”. Hoy existe otro perfil, el disruptivo, y hay una población disruptiva importante; muchos de ellos antes no lo eran. No son perfiles estables. Hemos medido niveles de disrupción y alcanzan 60–70% del electorado: es enorme. Lo que sí sabemos, con certeza, es que hay una característica frecuente entre quienes no votan, que en sociología se llama anomia: menor compromiso con las normas sociales. En términos simples, cuando uno vive solo tiende a ser más anómico que cuando vive en familia. Llega a la casa y come desde la olla para no calentar un plato; piensa “¿para qué voy a hacer la cama si me voy a volver a acostar?”. En cambio, en sociedades con normas fuertes se observa lo opuesto. Yo trabajé en el Banco del Estado y llegaba gente con deudas vencidas hace 20 años que no tenían obligación de pagar. Un señor de 80 años decía: “Quiero pagar mi deuda”. “Pero, señor, si está vencida, no tiene por qué pagarla; es mucha plata, podría dejarla a sus hijos, podría irse de paseo”. “No: quiero pagar porque me voy a morir y debo estar al día”. Eso es cero anomia. Antes una madre decía al cabro chico: “Te vas al colegio”. Cero anomia. Hoy, pregúntele a cualquier alcalde: hay padres que llegan con los niños a las 10 de la mañana, o que le preguntan al niño si quiere ir al colegio. “No, porque juega el Liverpool con el Chelsea a las 12”. “Bueno, quédate: ¿hay algo importante en el colegio? ¿Hay prueba? No. Entonces quédate”. Total anomia. Esos perfiles son hoy relevantes y marcan diferencias. ¿Tiene esto que ver con votar o no votar? La verdad es que no necesariamente. Hay mucha gente con ese mismo síndrome que sí está votando; habría que precisar mejor qué condiciones lo modifican. Lo claro es que hay más gente disruptiva, menos inclinada a los acuerdos y a las instituciones, con una visión más crítica, y que probablemente puede cambiar su intención de voto sin sentir incoherencia. Puede pasar, por poner extremos, de Kast a Jara sin sentir contradicción. Recuerdo un estudio —no sé si lo hicieron ustedes en Unholster, Cristóbal— sobre la segunda vuelta de gobernador en Valparaíso, que ganó Mundaca. En primera vuelta habían estado, entre otros, la Pepa Hoffmann y un candidato de derecha más dura, creo que era Millones. En la segunda vuelta observaron que muchos votantes de la derecha más dura se fueron con Mundaca. Se decía “aquí gana la derecha seguro porque se suman”, y no fue así. Por eso debates como el de hoy son tan importantes: en una semana… No es llegar y sumar. Un gran acierto o un gran desacierto puede movilizar esos votos, evidentemente. Hay, por ejemplo, un 5% de la votación de Matthei, estable, que en segunda vuelta, si no está Matthei, pasa a Jara. Y 5% es muchísimo: un tercio o un cuarto, según el momento. Y también cuentan las puestas en escena. Está llegando, y hay un claro statement: viene, una vez más, con una representante de pueblos originarios, mapuche. Dice mucho. Kast llegó con su señora; Artés llegó solo; Matthei llegó con Juan Sutil. Cada quien elige con quién llega: también es una decisión. Solo aportar dos elementos sobre el votante obligado. La UDP y el COES realizan una encuesta panel, durante varios años, siguiendo a los mismos individuos, y separan al votante obligado del habitual, con una clasificación algo distinta de la que usan otros. Dos cosas llaman la atención: uno, este grupo es más conservador, al menos medido en temas como aborto y homosexualidad, que el votante habitual; y dos, cree menos en la democracia, en la pregunta clásica de si “la democracia es mejor que cualquier otra forma de gobierno”. Son más…
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